El demonio del mal como instinto del corazón Edgar Allan Poe
Es más fácil describir lo bueno que nos ha pasado que lo malo que nos puede ocurrir, encontrando oídos atentos a lo mejor, excepto si leemos las malas noticias o las vemos en la pequeña pantalla, pues nos pueden afectar como ocurriéndonos a nosotros mismos.
Y es que no han cambiado las reacciones generacionales en verse atraídas por los escalofríos que producen los tiritones de las experiencias macabras. Lo delatan las carteleras de siempre, los pósters que cuelgan deshilachados bajo los puentes de las autopistas, pero sobre todo las crónicas de revistas y periódicos que se despliegan en cualquier sala de espera, pues desespera el no poder leer en aquellos momentos algo que calme el dolor de muelas o la pesadez de espalda, los males de siempre según vayas avanzando en edad.
Pero pasando al tema de lo que leemos, a mí siempre me ha afectado la unidad de vida y obra en los datos biográficos del escritor estadounidense Edgar Allan Poe (1809-1849), poeta maldito para algunos, que murió como consecuencia de sus despilfarros, víctima del alcohol y de las drogas. Nacido en Estados Unidos pasó sus primeros años en Inglaterra tras la muerte de sus padres, y prefirió escribir cuentos cortos a novelas, haciéndolo a veces en versos, como el poema del «cuervo», en que dialoga con él como con el eco de las acusaciones de su mala conciencia. Es una mezcla de superchería y malos augurios, pues el ave de plumas oscuras le sirve como un pentagrama de recuerdos terribles cuando supeditaba los momentos difíciles a sus propias flaquezas. Se le lee siempre a Allan Poe con el temor de que lo peor se va a apoderar de nuestras flaquezas más básicas, según él mantenía: «El demonio del mal es uno de los primeros instintos del ser humano», quizás esquivando enfrentarse a su vida privada.
El secreto del éxito contra el mal, escribió Virgilio en verso, está en no ceder en sus principios, pues de lo contrario se propagará fácilmente como las enfermedades. Platón lo achacaba a que no estamos preparados, pues nadie es malo por naturaleza, aunque, según él, «de virtud hay sólo una especie, pero de maldad demasiadas». Y las citas se multiplican en la Wikipedia, si bien he escogido la del sociólogo y economista Eric von Hippel, avisándonos de que nuestro mal comportamiento con los seres vivos puede resultar en nuestro propio detrimento: «El mal que cada uno lleva en sí, lo castiga duramente en todos los otros», como si encontráramos un placer aristocrático en desagradar a los demás, mantenía Charles Baudelaire, otro de los grandes analistas de los «poètes maudits».
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