Los cristianos están tristes, avergonzados e impotentes ante el giro que han tomado últimamente los acontecimientos. Es la primera vez en la historia de España que el clero se echa a la calle encabezando una manifestación. ¿Dónde se ha visto eso? Otras religiones como los Hermanos de Jehová, Mormones, Evangelistas, etc., se abstienen, aún sin percibir anatas del Gobierno; no quieren crear el cisma que se avecina y que ya predijo Nostradamus. No olvidemos la Santa Inquisición. Torquemada, en nombre de Dios, quemaba en la hoguera a los «herejes»; también el papel preponderante del Cardenal Cisneros, Inquisidor General (1507), Fray Bartolomé de las Casas… ¡No es ésta la Iglesia que Dios confió a Pedro, indicando el amor, misericordia y perdón a los pecadores! La moderna doctrina se basa en el orgullo, altanería, soberbia y amenazas para quien se desvincula de sus filas o les lleva la contraria. Si volviera Jesucristo, se llenaría de ira y, con el flagelo, repartiría «leña», exclamando, como entonces, «¡Mi casa es casa de oración y no templo de ladrones!». El respeto, devoción y amor que nos inculcaron de pequeños hacia esas personas, representantes de Dios en la Tierra, se tambalean, sobre todo cuando se meten en política y nos dicen a quién debemos o no votar. Ya no estamos en la época del analfabetismo: la nación española es lo suficientemente adulta para tomar sus propias decisiones, sin coacción. Los médicos curan el cuerpo y los sacerdotes (supuestamente) deben salvar las almas. Hoy, totalmente decepcionados, pedimos a Jesús que nos alumbre a todos y nos perdone ese egoísmo, inquina y mala fe. La gente pasa ya de amenazas veladas o juicios sumarísmos del tiempo de Los Templarios, al ver que el mundo pasa hambre y necesidades extremas, en tanto el Banco Ambrosiano cotiza en bolsa.
Dulce P.P.
Por la transcripción.
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