Manuel Bueno
Director de Colesterol Teatro
Mi maestra. Argentina y sabia. Actriz.
A veces, los vivos se alejan de nuestro lado y los que desaparecieron hace tiempo ya, se nos muestran con los más sutiles argumentos para permanecer, de nuevo, entre nosotros. El Día Mundial del Teatro nos señala con el dedo a los que tratamos de de manejar la máquina del tiempo. Él nos transforma a su antojo y nos quita y da compañeros y viajes. Somos marionetas en manos de una causalidad brutal que nos marca un ritmo impensable, irrepetible, roto.
Zulema jugó siempre (o casi) a transformar los pedazos de cada uno de nosotros en un material cósmico reciclable. Nos acercaba a la humana divinidad de los mamíferos. Nos impulsaba a buscar una digna salida para cada latido de amor que destilábamos como desesperados rumiantes de ideas sin destino. Adiestrábamos juntos la calma. Ventilábamos sin descanso el desván del olvido. Reflejábamos en el espejo de sus sueños nuestras muecas de adolescentes asombrados por su cadencia porteña. Sus caderas de gata oscilaban en nuestras pupilas inquietas por el dulce vaivén de sus manos curtidas por el tiempo. Y aprendimos, del sin fin oleaje de nuestros propios gestos, otra forma de adentrarnos en el bosque prohibido del dolor. Todo valió para estar más cerca de nuestro pulso. De nuestra intención. De nuestro breve duelo. Con la vida. Con la amistad. Con la tormenta.
«Azulema es el color que tiñe a la luna llena,
azulema son los ojos de las miradas más tiernas;
azulema son los mares;
el firmamento: azulema.
Los jardines más hermosos están llenos de azulemas.
El dulce de los colores: el azulema pastel.
A Zulema, una mujer,
con su pasado en el rostro;
su futuro, no lo sé».
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