Escuchamos hasta al mismo Rey comentar que la situación dentro de España da ganas de llorar y vemos, con tristeza, cómo muchos de los más de cinco millones de parados optan por buscar trabajo en el extranjero. Se multiplican las protestas y manifestaciones por todas las ciudades, contra los presupuestos y la mala gestión de los dineros públicos. Mientras tanto, los pocos políticos que se encuentran encausados en algún desaguisado y están siendo juzgados niegan toda responsabilidad, achacándola al primero que se les ocurre, sin respetar ni a los muertos, haciéndose los incautos o negándose a declarar en otras ocasiones. También están aquellos que van a los tribunales y mienten a sabiendas -igual que hacen en la calle- para luego irse a comulgar, o presidir procesiones como verdaderos católicos. ¿A quién creen que engañan? Lo peor es que cuentan con el beneplácito eclesiástico para ello. Es una verguenza, pero ahí siguen, manteniéndose en sus poltronas. No existe el paro para ellos, continúa habiendo: Gobierno, Diputaciones, Comunidades Autónomas, Delegaciones y demás. Con todos sus cargos correspondientes, repletos de asesores, coches oficiales, chóferes, etc. Con sueldos astronómicos, dietas y teléfonos móviles a placer y sin control del gasto. Mientras, la gente normal y corriente no tiene para cubrir sus necesidades más primarias y son desahuciados y echados de sus viviendas, sin piedad ninguna.
Pero hay alguna ocasión, a nosotros nos ha pasado ahora, en que se siente la inmensa satisfacción de que la justicia nos da la razón. Sobre todo si se lleva mucho tiempo esperando y soportando vejaciones y chulerías por parte de quienes han conculcado nuestros derechos más elementales. Por eso nunca hay que perder la esperanza de que se haga justicia y quien comete abusos con sus semejantes acabe siendo castigado, en mayor o menor medida. Si no en la que pensamos que merecen, por lo menos en algún modo, para que entiendan que no se puede ir por la vida avasallando impunemente.
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