Aprendimos, viendo Barrio Sésamo, cuál es nuestra parte de arriba y cuál la de abajo. Después de hacerme con los conceptos básicos para entender el mundo, que no para manejarme en él, únicamente me dediqué a chapotear en pura mierda, hasta creer haber tocado fondo. Comprendí, a mi modo, que Coco, el monstruo de las galletas y la rana Gustavo nos posicionaron los sentidos de dirección. Con el paso de los años, fui extrayendo mis propias conclusiones de lo que resultaba a todas luces un mundo dual, comprobando que la parte de abajo sólo huele a podrido, a trampa. Agotado el camino descendente, me propuse, motivado por no sé qué fuerza correctora (al parecer, existe en el Universo) levantar la cabeza y, como si de una flecha se tratara, ascender para visitar los mundos de arriba. Animado a escudriñar el sendero de la flecha, encontré algunas claves: «Oh, tú, saeta de oro, tú que eres incluso más rápida que la luz del pensamiento fugaz. Tú que atraviesas todos los colores del mundo para alcanzar tú única meta. Tú eres el rayo de luz que ilumina el espacio cerrado al abrirlo. Y, de la misma forma, abres surcos de labranza en la tierra para fecundarla. Tú eres recta, eres la rectitud. Y, sin embargo, eres también aquella curva de luz que recorre el espacio y lo divide. Y luego unes en tu vuelo lo separado. ¡Tú no fallas! ¡Das en el blanco en cada instante de tu vuelo!». También aprendí que todo lo que sube, baja, que no hay bien ni mal que cien años dure, que no hay mal que por bien no venga, que siempre todo lo mejor está por llegar. Ésa me parecía una serie de pensamientos positivistas con los que pertrecharme en mi fulgurantemente nuevo sentido ascensional. Arrebataría (en el buen sentido de la palabra) todo cuanto se me pusiera por delante. El inexorable vuelo no me impidió escuchar a alguien que me gritaba: «¡Como es arriba, es abajo!». Vi que las posiciones son cíclicas y, por tanto, no duran siempre (ni falta que hace). Es más, comencé a pensar que la diana se encontraba en la esfera más alta que el alma humana puede alcanzar, allí donde están reunidos el entendimiento y el conocimiento; pero, nada más pensarlo, no lo dudé y le puse distancia a la idea, porque cuando lo correcto está soportado por un fanatismo irracional deja de serlo.
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