«EL CARNAVAL del PPelotazo»

(de goma -negra- esta vez)

Manuel Bueno
Director de Colesterol Teatro

Nos han negado tantas veces nuestra impronta natural, nuestra individualidad, nuestro sello irrepetible de «ser único» que, ahora, paseamos por el adoquinado intelectual de los idiotas, como si tal cosa.
Sí, eso es, finalmente nos hemos hecho cómplices hasta de la Guardia Civil («porque nos dan cariño» ) y, a diario, salimos a la calle disfrazados de alguien que nunca nos propusimos ser: unos auténticos desconocidos.
Sin duda, «disfrutamos» al año de un Carnaval de 365 días, que no sabemos ver. O, sí, pero, ¿para qué preguntarse sobre lo que ya nos acompaña desde hace tanto: el disfraz?. ¿Por qué no mirarse en el escaparate de Media Mart y no decirse a sí mismo, «yo, no soy tonto»?. ¿Lo somos?. O, ¿nos dejamos engañar, a drede, para burlar el radar de ese vigilante aduanero (de traje verde) evitando, así, que nos encierre en el agujero de Nunca Jamás o nos retorne a una afropesadilla que no cesa?.
Carniceros, oficinistas, médicos, abogados, policías, actores, toreros, ministros, todos, absolutamente todos, se levantan seriamente convencidos de esa «personalidad prestada», se disfrazan con el atuendo con el que el vecino les identifica y saltan al ruedo de los «mentiricidas» para morir un poco más cada instante y negarlo todo si alguien les pregunta sobre su desgarradora INFIDELIDAD: porque si eres fiel al Estado, tendrás que mostrarte infiel a ti mismo; porque, si eres fiel a las multinacionales, serás infiel a la indescriptible existencia; porque, si eres fiel a tu creencia religiosa, no tendrás más remedio que infidelizarte de tu esencia natural.
El «disfraz social», dentro del que te disocias, solo es el chaleco salvavidas que te ayuda a no morir ahogado cuando eres tiroteado, una y otra vez, por un francotirador, con el atuendo de Guardia Civil, enloquecido y macarrón. ¡¡Joder, con los pistoleros bullangueros!!, cuando no están dando un golpe de Estado a Neptuno, se dedican a sepultar bajo las aguas marineras, la moral y el futuro africano con sus pelotas de goma-2, que dinamitan la dignidad negrodependiente en una verja (verga, diría yo) porculera, de rompe, rasga y por la puerta de atrás (en caliente y sin rechistar, amén).
Si, en esta fiesta de la vida, el panadero se identifica con el pan y, con éllo, nos da de comer; el cirujano maneja el bisturí, para recomponernos el corazón y sus sueños; y el actor nos conmueve, para llegar a la más profunda de nuestras dudas: ¿cómo es posible que no te des cuenta, compañero picoleto, que si manejas un arma, y estás dispuesto a obedecer, como un robot, a un idiota que te ordene disparar, tu Carnaval se convertirá en un vertedero de cadáveres? (eso sí, después, tu conciencia-tricórnica y maladí, explosionará en dos o tres mil pedazos de insignificantes asteroides que vagarán, eternamente, perdidos en ese espacio estelar, al que has aturdido con tu ceguera; y, por fin, desaparecerás, capullo).
El Carnaval de los ciegos y los idiotas se repite sin parar. Todos callan, frente al miedo de averiguar quien es quien y para qué vino a este lugar. Nadie se atreve a hacer preguntas. A despertar de esta pesadilla, que nos rompe la noche con pelotazos y botes de humo multicolor pimienta, ese gas, que sazona la herida concertina de ese pobre loco y africano saltador.
¿Qué seríamos nosotros sin el Carnaval?: NADA. El Carnaval nos sostiene (como marionetas) y nos dicta las muecas, por las que el otro nos identifica como «cuerdos». Mientras, el negro «loco», se muestra y entrega sin disfraz, a quemarropa (como un disparo). Sonríe agradecido. Su riesgo ha sido una incongruencia sin límites. Es inconsistente, el tipo, pues cambia de rumbo y opinión. Ama aquí y allá (pero, ama); va desnudo, como un guepardo; es frágil, como una mariposa; tierno, como un cachorro de manatí; su piel brilla en la noche, como la Luna de Xelajú; es espontáneo, como un volcán y profundo, como un sueño; generoso, como un mago y, perdido, siempre, en la misma Galaxia que trata de ocultarse para sobrevivir.
Esto es el Carnaval: un espacio para personajes «cuerdo-idiotas» y «loco-disidentes». Dos clases de enfermos incurables que, ahora, en el pálido invierno, se unen, para exhibir sus contradicciones y permanecer siendo, durante unos días: prófugos, aparentemente libres. ÉLLOS, POR FIN.

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