Desde que me jubilaron ando perdido. No sé si es domingo o es lunes, sólo celebro los martes, que era cuando hacía el pan mi tía, madre. Todas las mujeres del caserío, con el pañuelo blanco hasta los ojos, cernían alrededor del horno. Yo acechaba, preso de aquellos olores, hasta que la chimenea se apagaba. Mi prima salía la primera con la blusa deshilachada y dos panecillos recién horneados corriendo hasta nuestra playa de mazapán, Inmaculada. Las olas nos unían y nos separaban como único juez del pecado.
Hoy aquel mar bravío está sembrado de sal, en calma. ¿Es martes? No me acuerdo de cuándo te fuiste, nada, pero aquellos efluvios adolescentes explotan en mis sentidos más vívidos, más bellos, cada martes. El panadero llama todos los días, ignora que su pan duro no entra en mi boca desdentada. Me alimenta el arco iris, pastillas blancas de omeprazol, para la artrosis naranjas, verdes contra la depresión, el sueño con las malvas, las rojas para el corazón, paracetamol en batidos multicolor y otras azul cielo los martes.
Maldigo esta letanía de dolores el día en que nací. Nochevieja, el último de doce hermanos, mi madre era mayor y murió en el parto. ¡Viernes de dolor! Rezo al Dios barbudo para que me perdone. Por el sábado de gloria, por el martes. Mi estudio es seis por tres ochenta, como el nicho de un cementerio, pero cabe toda la soledad del mundo. Veo el agua rosa, los montes blancos, las gaviotas son cuervos, que vaciarán mi cuerpo y, libre de ataduras, como un sabueso, buscaré tu esencia en nuestra playa un martes. Me he vestido de domingo, es martes. Lo huelo. Hoy es martes. Mi prima -rosa de cera apagada- enciende el horno con leños viejos, me envuelve entre sus panes y borrachos de hurmiento, subimos al cielo los dos en fuegos artificiales. Esto es vivir solo vivir para morir los martes.
Manuel Cadenas
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