Ya llega el calor, ya se van acercando a la playa las familias y amigos/as para pasar un rato agradable tomando el sol, charlando o dando un paseo a lo largo de la playa (o eso es lo que piensan).
De entre las miles de señoras que pasean de un extremo a otro de la playa, vamos a elegir una a bulto: ¡ésa!, y la llamaremos Mari Pili (cursi, pero genérico), y tomaremos como recorrido la playa de La Mata, por tener una longitud mayor que las otras, y nos situamos en julio o agosto.
Empieza el recorrido por La Mata, junto a la torre, y va acompañada por su cuñada (parece curioso, pero la mayoría elige esa compañía).
-¿Qué tal tu vecina? -pregunta Mª Pili a su acopañante.
-¿Cual de ellas? -responde.
-Pues aquella que se quedó viuda hace poco.
-¡Hija, ya ha pasado más de un año! Está muy bién, ¿sabes que tiene un novio?
-¡Qué me dices! Pero, ¿no es muy mayor?
-¡Qué va! Tendrá unos 65 años y se conserva muy bien. Es un señor que conoció en el baile de la asociación, y le va bien, ya viven juntos, pero no se casarán, ¡digo yo!, para que ninguno de los dos pierda la pensión.
-Jo… chica. Es que la que no corre, vuela.
Y así van gastando metros y minutos tan contentas, hasta que Mª Pili recibió como un latigazo en la espalda: un niño que jugaba con otro le tiró un puñado de arena mojada, y ya sabemos que la impresión es «cojonuda».
-¡Niño -se oye una voz que sobresale de las demás-, ten cuidadado, que estás molestando a la gente! -y la propietaria de esa voz (que parece ser su madre) sigue a su cotorreo con la otra sin hacer el más mínimo caso de lo que hace el niño, que, a su vez, sigue molestando (con jota) a todo el que pasa.
Continuará…
Manuel Moral
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