Manuel Bueno
Director de Colesterol Teatro
Mi tío Juancho, el de Ladrilleros (Colombia), tiene pies de rana y espíritu de hobbit honrado y paleteador. Se ríe abierto, como el océano que visita a diario, y desliza una especie de canoa indígena, alargada y estrecha, de fondo escaso, a través de los manglares, apuntando siempre a una salida vertiginosa, por su infinitud, con su lento y preciso paleteo.
Acarrea, este hombre bueno de bigote nazarí, turistas, gente de otras tierras que buscan perderse para, así, encontrar algo de esa paz cadenciosa que el tiempo regala solo a aquellos seres curtidos en la más profunda y verde selva, ésa desde donde mi tío se convierte en un auténtico y sublime explorador.
Mi tío me explica que si la marea sube, el manglar se llena y la vida se expande sin fisuras. Cuando hay menos agua, porque la marea cede, a los cangrejos se les ve trepar por las raíces de aquel laberinto de arañas gigantes (que aparenta ser la masa manglar), y, con sus movimientos robóticos, espían nuestra perplejidad e inteligencia. Después, sacan conclusiones propias de los seres que habitan esta ciénaga integral: «la raza humana es a la estupidez, como un banano a un mico-tití arborícola y gritón, o sea, correctamente adecuados».
Que, por qué lo sé? Bueno, he de confesar que mantengo correspondencia con algunos de ellos y, si es cierto que nos superan en inteligencia, en todo lo demás (avaricia, corrupción, sectas religiosas alienantes, perversiones, prevaricaciones y enchufismo) están bastante poco desarrollados.
Pero, sigamos la historia. El lugar donde mi tío desembarca a los terrícolas urbanitas, que desplaza en su lanchita primitiva y silenciosa, se llama La Barra. Actualmente, La Barra es un territorio donde el oceáno descarga su basura y su rabia. Me explico. Este pueblo y su playa están acosados, permanentemente, por el fiero oleaje del Pacífico y por la indolente estupidez del ser humano que provoca estos desequilibrios. Conseguir un enriquecimiento y una falsa felicidad, banal e inconsistente, a costa de devorar, esquilmar, contaminar, explotar y envenenar los recursos existenciales que la naturaleza nos regala cada día, es el objetivo que provoca este terrible drama universal.
Uno y otro, el mar y la obsesión del hombre por someter todo lo que le rodea a su perversa voluntad, están a punto de convertir este maravilloso planeta en una catastrófica profecía. Mientras que La Barra, este paradisíaco entorno, que un día fue, sigue siendo devastado por el progresivo aumento del nivel del agua del océano Pacífico, provocado por el deshielo de los casquetes polares, el mar de Aral se seca definitivamente. Qué nos sucede?.
El hombre se ha vuelto contra sí mismo y el agua oceánica se encarga de dar justa respuesta a este gran despropósito que es alimentado por su ceguera. La Barra no es ciencia-ficción. Su progresiva desaparición no es producto de un reciente tsunami. Sucede que el viento empuja con fuerza y el agua y los deshechos, que flotan en ella, rompieron hace tiempo la infraestructura de un lugar donde vivían docenas de familias, ahora desposeídas de su casa, de su escuela, de su forma de vida, siendo arrastradas al refugio de la selva tropical que les cobija de nuevo. Pasó que, el agua oceánica no retrocedió en las últimas veces y se quedó, pues, ganando unos casi 100 metros a la tierra seca, convirtiéndose entonces en una referencia líquida e incontestable.
La playa de La Barra ya no es virgen, ni pura, ni soñada. Es más bien un puticlub de troncos extraños abandonados en su arena. Pilares de hormigón oxidado vencidos por la Luna y sus mareas. Montones de basura plástica, aborrecida por las aguas residuales de la ignorancia gobernante. Acantilados breves, coronados por vergeles en sus esmeraldas y desafiantes cimas. Es también el recorrido de la fiera en una noche insaciable de dolor. El silencio de un pelícano en su formación migratoria hacia el más allá. La sal y el orín. La huella humana. La oscuridad.
Después de cada paso inconsciente del hombre hacia su autodestrucción, hacia la muerte, una mujer le está esperando, probablemente, en la barra de un bar. Mi tío bien, gracias.
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