Llega septiembre y no se nos marcha la calor. Disfrutemos por lo menos de estas mañanas apacibles que pueden hacerte placentero el caminar por el hermoso dique de Levante y que sirven para desentumecer todo el cuerpo mejor que las inevitables pastillas. Es una gozada, porque todo es mar a la vista, a lo largo y lo ancho. Y porque el aire que respiras te anima sobremanera y te fortalece los adentros.
Por cierto, el célebre «botellón» de nuestros jóvenes en el puerto y debajo del paseo no debiera notarse después ni por una sola botella de vidrio o plástico olvidadas en la valla del aparcamiento. Se han instalado contenedores para ser convenientemente utilizados. Deberían preocuparse de dar buena imagen.
Y seguiremos sufriendo también las obras de remodelación de las calles del centro. Molestas son para los que nos movemos por ahí, pero no cabe duda de que merecerá la pena porque habrán de quedarse igual de guapas que las ya acondicionadas. Y porque no sepamos dónde dejar el coche, que todo son alambradas y muchas aceras de color amarillo. En mis próximos presupuestos procuraré incluir una partida -¡qué chulería!- de provisión de fondos para pago de multas.
Y, como las fiestas de agosto y septiembre no tienen solución de continuidad, hace pocos días celebramos en liturgia la Natividad de la Santísima Virgen, y también de un montón de advocaciones a las que la España católica tiene devoción desde tiempos antiguos. Entre otras, Ntra. Sra. de Covadonga, del Pino, de los Llanos, del Coro, de la Victoria, de Nuria, de la Caridad del Cobre… de la Fuensanta y Monserrat…
Y porque he nombrado el botellón de la fiebre del sábado noche de los jóvenes, reflexiono sobre los violentos altercados de orden público en Pozuelo de Alarcón.
Espeluznantes las imágenes. Muchos heridos, entre ellos policías, muchos detenidos y cuantiosas pérdidas materiales. Esta sociedad nuestra de ahora podría advertir que estas acciones son consecuencia del deterioro moral en el que estamos sumidos y en ese relativismo que queremos ignorar, del todo vale y a mí qué me importa. Me remuevo en el asiento cuando, en letras gordas, leo que, según los expertos, esa violencia de escarnio es por efecto de la crisis de la autoridad paterna. No digo que haya excepciones y que algunos padres sean tan pasotas como sus hijos. Pero serán los menos. No me explico cómo pueden pensar esos expertos tan expertos que los padres actuales, que han de estar trabajando ambos fuera de casa, en estos momentos del glorioso progresismo, de libertad sin límites y de igualdad, de divorcios y separaciones que llegan al cincuenta por ciento, con unos aberrantes programas de nuestros canales de televisión, puedan ser capaces de moldear la voluntad de sus hijos -cuando llegan a la edad de pandilla- hacia otra situación digna y noble de buena convivencia, de búsqueda de otros espacios de diálogo y sana expansión. Y, ahondando más en el tema, ¿pueden los docentes ejercer como tales con el debido rigor para elevar la autoestima de nuestros muchachos y muchachas? Gran pacto educativo, ¿para cuándo? Adelante, Ministro Gabilondo. Sea valiente y exponga en el Congreso la necesidad de que el Estado recupere las competencias… Porque si no es así… seguirá la frustración.
JortizrochE
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