Manuel Bueno
Director de Colesterol Teatro
Un copiloto, suicida y alemán, ha estrellado un avión. Al menos, eso dicen los medios, sus jefes y la policía científica. Resultado: ciento cincuenta muertos esparcidos por los blancos Alpes del Olimpo francés. Los psiquiatras, dicen que Andreas Blitz necesitaba ayuda psicológica. Y, sus novias (dos), avisan (tarde, demasiado tarde) que, a menudo, el chicón empastillao desvariaba lo suyo, en privado mayormente. Que era un pobre diablo, con trastornos de personalidad y delirios de grandeza. Uff!. Una obsesión: ser comandante de vuelo. Y una promesa: su nombre sería recordado por todo el mundo (dos mantras que todo niño repite, porque los adultos te lo apuntan en la libreta de «asuntos pendientes para cuando seas mayor», dónde, te aseguran, además, recibirás premios y laureles de ganador, como un maldito héroe de cómic).
Pues bien, semanas después del arrebato agónico y patológico que lo enajenó, sintetizo qué pasó con Andreas, el niño de la casa Lubitz que no creció (en ninguna de sus acepciones). Porque, este sería («inmadurez histórico- teutónica») mi modesto diagnóstico, como observador atosigado por un exceso de información catastrofista y morbosa, alrededor de una noticia que llenó horas de emisión televisiva, tratando de ocultar la casposa y deprimente realidad en la que este gobierno ridículo y ladrón nos tiene presos.
Así es, Andreas Lubitz, frustrado y enrabietado, estrelló su avión para ver cumplida, al menos, una de sus aspiraciones en la vida: ser recordado. Después, las cajas negras apuntarán al irreconocible culpable: toda esa sociedad civilizada, que es la que se encarga de envenenar el futuro y los sueños de cada uno de sus pequeños príncipes de la nada. Es decir, de esos niños, condicionados por los «valores suicidas» de esa misma sociedad que, después, se pregunta ignorante y pretenciosamente inocente, ¿qué pasó?
La educación es como marcar reses: la señal es para siempre. Nos educan para triunfar, porque nos «venden» que es la única forma de encontrar la felicidad y salir del anonimato. Y pilotar un avión, socialmente, es mostrar la tarjeta de caballo ganador. Pero, desgraciadamente, en este caso, inscribir su nombre en la historia de los que serán recordados, ha tenido un precio nada «low cost».
Todos somos, en potencia, anodinos copilotos (de nuestras vidas, sí). Unos más mediáticos que otros, de acuerdo. Y haciendo más o menos ruido , pero, en el fondo, todos somos muy parecidos. Es más, este tipo no es muy diferente a cualquiera de nosotros. Andreas se medicaba, ¿quién no?; tenía una pasión, ¿quién no?; dos novias, ¿quién no?; unos padres, posiblemente tocapelotas, que le fomentaron esa obsesión por triunfar volando, ¿quién no? ¿Quién no tiene un padre o una madre que le inocula el virus del éxito? Añadamos a todo ello que la empresa para la que trabajaba es alemana (como Merkel). Perfeccionistas, pulcros, ambiciosos, robóticos…. los alemanes y Lufthansa tienen el mismo ADN. Pues bien, estos triunfadores pleistocénicos, de lógica infantiloide, ideales de cemento, marcha prusiana entre sus melodías uniformadas y gramófono de cabaret, han dejado, esta vez, un cabo suelto que se ha cargado a 149 seres humanos. Mira tú, en la Alemania nazi, Hitler (un cabo suelto, también), masacró a millones de individuos porque, quizás, en su juventud, hubo algunos que no mostraron su aprobación para ratificarle en una pasión que nunca le logró identificar como un genio: Hitler fue un pintor mediocre y, en cambio, dispuso todo lo necesario para rediseñar el planeta a su antojo. No lo consiguió, pero sí se llevó por delante a unos cuantos, el mamón. Por esta razón, y otras que algún día saldrán a la luz, los actuales dirigentes de Alemania, no pueden permitir que la memoria colectiva de Europa, y del mundo en general, recuerde sus desvaríos cómo «nazión» pantagruélica y egocéntrica, que ocasionó un derrame de sangre, sudor y lágrimas, por sus incontrolados delirios de grandeza esquizoides, ocurridos en un pasado absurdo y criminal. Alemania está dispuesta a sepultar su error «Germanwings low cost» con el aval de un patrimonio nacional, que, por otro lado, ha ido acumulando a partir de ahorrarse el pago de la deuda bélica y cabrona, (semicondonada por la generosidad de las naciones aliadas en 1945, acabada la segunda guerra), y esa diplomacia neoliberal, que tanto le gusta a su Cancillera mofletuda. Alemania se siente culpable por este loco copiloto, ahora, y por las catástrofes ocasionadas al mundo entero en las dos guerras mundiales, que promovieron y perdieron, tiempo atrás. Son ya demasiados los muertos para pasar desapercibidos. La deuda moral que tiene contraída con el resto de la Humanidad no caduca. En lo económico, Alemania debería pagar por lo de ahora, y por lo del posible próspero futuro que privó a otras naciones, en aquel momento de ansia imperialista y suicida, en el que convirtió al mundo entero en un auténtico infierno.
¿Pasar a la Historia a cualquier precio?. Ok,….pero, paga, mamón!! Malditos payos!!
#TeleMonotema#TeleCortinaDeHumo #AlemaniaPagayVámonos
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