Dicen que el dinero no tiene parientes: así debe de ser, a tenor de un caso real que conozco, ocurrido hacia 1986 o así. Se trata de 2 hermanos que tenían una casa en el pueblo, herencia de sus padres y de la que no se ocupaban. El mayor y su mujer trabajaban y el otro era menor y estaba internado en un orfelinato. Hubo que esperar los años reglamentarios para que fuera válida la firma del pequeño, para venderla. Tras muchas vicisitudes, viajes, papeleo y pagos a su tío, que durante ese tiempo sufragó los arbitrios, les quedaron en limpio a repartir entre ellos unos 5.500 euros. Por supuesto que el dinero quedó depositado en el banco hasta que el lunes acudieron el matrimonio y el «niño». Para que no viajaran con ese dineral (de entonces), propuso el director que se hiciera una transferecia a nombre del mayor, que era el cabeza de familia, y que al día siguiente le diera la mitad al joven, pero éste, que había estado con sus amigos y los primos del pueblo tomando copas, se puso como una fiera, insultando al personal del banco y diciendo que no se fiaba de su hermano, porque una vez en posesión del dinero no le daría a él nada. Dicho director, en vista del cariz que tomaba la cuestión, llamó por teléfono a la sucursal donde el matrimonio tenía la cuenta y era 20 veces esa cantidad. El otro siguió tan tozudo que hubo que darle un cheque conformado con la firma de varios testigos. En cuanto llegó a la casa fue corriendo a sacar el importe del cheque (eso fue el 31 de agosto), desapareciendo del barrio sin molestarse en llamar a su familia. Se lió con una prostituta que tenía una hija de 7 años, y cómo le lavaría el coco, que el muy tonto decía que la niña era suya.
Continuará
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