Parece que se endereza la carreta (II)

Martina, su «amiguita», cada día le decía que le comprara a su madre bombones, rosas, un vestidito a la nena, el alquiler y gastos de la casa, etc. Ella se hacía la decente y él estaba ciego y «flipao» por ella. Los fines de semana le decía que se fuera con la niña a casa de su madre, porque quería descansar sola y relajada del trabajo. Allá que se iba el «cornudo» mientras ella llamaba un taxi para ir a la Plaza Elíptica, foco de prostitución de moda en aquellos años. Allí ligaba y se traía al maromo a su casa, luego volvía a por otro cliente y así se pasaba el fin de semana. Con el amante de turno, que hacía de tapadera para que el barrio pensara que era una «señora», pero cuando se le acabó el dinero de la herencia, por Navidad o así, le dio la «patá-Charlot», quedando éste en la calle solo con lo puesto, pues debían 2 meses en los gastos de la casa, y ella, vendiendo todas sus pertenencias, podía hacer frente a esas deudas. Volvió adonde su hermano. La cuñada, que era un cachito de pan, sacó dinero de sus ahorros para equiparlo de todo y allí se quedó a vivir con ellos. Nunca le reprochó aquella mujer, ni la desconfianza que mostró, ni cómo amenazó al hermano, diciéndole: «¡Si tocas un real del dinero de mis padres, te rajo!». El «niño» era vago, borrachín y pendenciero, pero esta «hermana», criada en una familia educada, poco a poco lo fue moldeando, pero eso del trabajo no le entraba ni a tiros. Después de 4 meses a la sopa-boba, la cuñada se endureció y lo echó para que se buscara la vida. Él decía que no encontraba nada, pero al verle las orejas al lobo sí que se colocó de camarero ese mismo día. Al ver tan enfadada a la que consideraba como una madre y resuelto el problema, volvió a vivir otra vez con ellos. Ella decía: «¡Parece que se endereza la carreta!».

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