Manuel Bueno
Director de Colesterol Teatro
Ayer sucedió. Lo vi. Trascendió desde ese «más allá» genocida y cabrón, que todos nombran y nadie ha visto en realidad. Lo hicieron una vez más: se soltó la coleta el indio, para llenar el cielo de gloria Maya, Azteca, Sioux, Arapahoe o Guaraní, y eyaculó a sus anchas. Ayer, la bóveda de Occidente se vio nutrida por millones de espermatozoides de color «puesta-de-Sol-salvaje», para recordarnos que todas esas tribus (organizadas y prósperas muchas de ellas) a las que nuestros bisabuelos «visitaron» para robar, violar, degenerar y masacrar, hace ya más de 500 años, siguen permaneciendo extáticas (en éxtasis) en los parámetros multidimensionales del Universo y, cada 12 de octubre, nos regalan, a los herederos de sus viejos asesinos, esa lluvia dorada que preña el plano celeste con su infinito derramamiento de espermatozoides multicolores, reivindicando el amor, la naturaleza sin barreras y el placer de vivir en libertad.
Ayer (12deoctubre) fui testigo de ese lienzo surrealistamente abstracto surcando el cielo de la Vega Baja, por dónde yo me deslizaba también, ignorante de lo que esa obra de arte significaba para toda la comunidad perdida de los despatriados. Supongo que sucedió más veces y yo no estuve ahí para disfrutar de tanta exaltación por la vida a través de esta metáfora sexo-dinámica-pictórica de unos seres que, a diferencia de los dinosaurios, se fueron extinguiendo debido a la ambición y la codicia del Club Bilderberg de aquel tiempo, o sea, de un amasijo de miserables que les robaron sus tierras, sus mujeres y sus sueños. Sí, estáis en lo cierto: los reyes Católicos y sus parientes, formaron parte de esa mafia asesina que perpetraron estos crímenes. Pero no te preocupes, esto nunca lo verás escrito en ningún relato oficial de la Historia de España. Nada de lo que aquí leas perturbará las creencias estúpidas sobre la masacre indígena a cargo de la canalla carcelaria que, nuestros castos y sanguinarios reyes, enviaron como mensajeros del horror y la barbarie en nombre de la fe cristiana. Ayer, también me di cuenta, con el asunto del cielo tuneado por el esperma de Atahualpa, de la imprescindible emoción a la que te traslada el éxtasis (orgásmico, preferentemente, en mi caso) para penetrar dulcemente en esa Naturaleza, casi olvidada, que arrastra esa cadena de nuestro ADN de piscifactoría astral y terrenal a la vez. Lo sé porque, durante unas horas, ayer sí (con todo este amasijo celestial), mi espíritu salvaje y vintage, regresó a la roca dura, al matorral, al silencio y al abismo del río en la profundidad de mi mente (casi quieta). Volví al territorio que se sitúa al margen del bien y del mal. Volví a la cueva, a la lluvia entre tinieblas, al camino donde nadie te ve, al aullido del lobo, al rugido que precede a la muerte, a la agitación, al desenfreno, al salto a ciegas, una vez más, hasta el olvido, para recuperar a ese «lomo plateado» que impulsa nuestro corazón y protege nuestra particular selva de montaña a la que pertenecemos.
Ayer, sí, en esa fusión en la que desembarcan los besos y el deseo de ser uno con el otro para siempre, pude galopar de nuevo sobre esa Vía Lúcida e intermitente que los indígenas, de otras tierras, supieron dibujar con su mirada de pájaro; supieron construir con el cuidado de un castor y supieron defender con garra de puma,…. con sabiduría de serpiente endiablada en el cielo de tanto cura fascistón.
A más de uno de ellos le pregunté por su nuevo destino entre los Cometas de chile y azafrán. Nadie se molestó en responder. Siguieron eyaculando como si tal cosa. Yo, también.
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