Tapacubos muy oportuno

Justo junto a las tapias de la cárcel, se le ocurrió al tapacubos del coche (rueda trasera) salir despedido. Paró el hombre y, bajándose, tomó la linterna del salpicadero y fue a ver qué había ocurrido, ya que el ruido fue tremendo y temía que alguna rueda se hubiese reventado; la mujer también, tomando el bolso, por si acaso era algún truco para robarles. Eran las 12:30 h. de la noche. Se bajó y fue a preguntar qué pasaba. En ese intermedio salen de la garita del penal unos 12 guardias, con capotes para combatir el frío invernal, y los fusiles en posición de hacer blanco, pero uno de ellos dijo: «¡Quietos, no disparéis, que hay una señora!». Ordenó a la pareja meterse en el coche y el esposo le contó que se había soltado el tapacubos; ellos rodearon el coche y, con los potentes focos de sus linternas, vieron que era cierto, por el redondel en el que antes estaba ubicado, más limpio que los otros 3. El que comandaba el grupo se acercó a la ventanilla del conductor: «No se le vuelva a ocurrir», dijo, «esto de pararse en la pared de una cárcel, y, si esta noche no ha sido abatido por su imprudencia, se lo debe a su esposa. Siga adelante y olvídese del tapacubos, que le ha podido costar la vida».
Otra vez, en un control, también los mismos señores y el mismo coche, pararon sin que se lo ordenara la policía y pasó casi igual que la vez anterior: al ir la mujer, él se libró de una ráfaga de metralleta. Vio a su hermano en la parada del autobús y paró para llevarlo a casa. Tras comprobar los carnets y enterarse de dónde venían y adónde iban, los dejaron marchar, con la recomendación de que nunca pararan en un control, a no ser que las autoridades presentes le dieran el «¡Alto!». Al final va a resultar rentable viajar con la mujer mejor que solo.

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