Alguno me pregunta (un saludo a mi querido amigo «el Serrano») que si me meto los «tripis» antes o después de escribir… ¡jijiji…! Ya hace muchos años que no me meto LSD. Han sido más de treinta años bregando con las drogas, consecuente con el tiempo que me ha tocado vivir. Éramos muchos los que experimentamos con ellas, sometiendo a nuestras almas y nuestros cuerpos a tan dura prueba. No me arrepiento (salvo por el daño que pueda haber hecho a otros, especialmente a mi familia; por lo que les pido perdón), ni engaño a nadie. Siempre estuve dentro de la ley, jamás vendí drogas a nadie, nunca robé, ni me metí en peleas, fui respetuoso con los demás y los ayudé todo cuanto me apeteció; aunque me queda pesar, porque muchos de mis amigos cayeron en la peor de las trampas. Gracias al alto tributo que tuvimos que pagar, ahora no será información lo que les falte a otros. Todavía recuerdo con cariño a maravillosas personas que murieron a lomos de ese maldito «caballo blanco»: la heroína. Muchos me entenderán, saben de que estoy hablando, otros no, ya son mayores para esas cosas. No me voy a poner a llorar, pensando si esto supone un drama social o esas historias. Yo no defiendo el uso de las drogas, ni justifico su abuso. Sólo intento extraer algo positivo de todo ello… y lo tiene. En algunas ocasiones, vimos la muerte cara a cara. Han sido muchas las experiencias y aprendimos mucho de ellas. Nuestro afán era el de compartir experiencias, ser creativos y romper esquemas encorsetados tanto sociales como espirituales, hasta que nos volvimos demasiado egoístas, hedonistas; encima abandonamos el baile (nosotros inventamos la «ruta del bakalao», venía gente de toda España a bailar aquí y por eso hacíamos bailar y disfrutar de estar juntos y con vida). Pero fue precisamente el alcohol lo peor de todo. Fue el alcohol y la cocaína la que me puso tan agresivo y desfasado que logré bajar a explorar los mundos de la bestia, del diablo y lo miré también a la cara, y le dije: «consiento que me sometas a mí; pero no harás daño a otros por medio de mí, déjame en paz». Me fui llorando a mi compañera, justo cuando todo se venía abajo y ella me ayudó. Por ello, quiero agradecer a todos los que me han ayudado a recuperar mi vida: mi compañera Charo López, mi hijo Daniel, Vicente Onteniente, Ángel Sáez, Joaquina Martínez Bas, Luis Cook (APAEX), la clínica de Bétera, a Javier (mi querido «nano» de Valencia), a todo el personal de la UCA, Esperanza y Vida, y muy especialmente a todo el grupo de GAEX. ¡GRACIAS!
Dejar una contestacion