Pobre e ilusa soñadora

¿Qué ves al despertar de tu sueño de amor? El valle de tus ilusiones de oro, del oro de la fantasÍa, al abrir los ojos, ya no brilla ni refulge entre las sombras; se ha tornado hostil, amenazante, sombrío… Ya sabes que si miras de puertas afuera, sueñas, pero si es para adentro, despiertas. Es un lastre ominoso cargar toda la vida con la crítica de quien te debe apoyar, sentir la envidia y las cortapisas que pone a todo lo que emprendes. No hacen falta los enemigos externos, pues el principal de ellos está en tu casa, comparte contigo mesa y lecho. Hay tantos desamores en el mundo que, total, uno más no se va a notar. Al fin y al cabo, para la única persona que tiene importancia es para ti: no le busques otro sentido, que no lo hay, pero lo más patético del caso es que no puedes desahogarte contando tus problemas a alguna amiga, que luego te puede «vender». No está contigo esa madre amorosa y comprensiva que siempre te aconsejó y guió tus pasos. No puedes empezar a dar gritos, pues te tomarían por loca, cuando lo que tú quieres es descargar adrenalina. Vives enclaustrada como una monja de clausura; no ves a tus amigas ni sales a tomar un café, o a bailar a una disco y mucho menos viajar, ver mundo. ¿Merece la pena vivir así? ¿No es mejor tomar por la calle de enmedio, abandonar lastre y dejar que el velero surque los mares? Mas hay una última rémora que nos ata al presente… «los sentimientos»…; el apego a unas criaturas indefensas que dependen de ti, la placidez de esas amistades que solazan tu alma, la luz y el sol de tu tierra que no la hay en otras latitudes, de manera que, con la docilidad del cordero, sigues en el rebaño hasta el día que te toque morir. Ya ves que tu sueño de libertad ha sido como el destello de una vela antes de apagarse, o las chispas que saltan de un leño en combustión; efímero, utópico y, por ahora, imposible, así que, ¡hala!, a seguir en la inopia, que es lo tuyo, colega.