Manuel Bueno
Director de Colesterol Teatro
El mar y la sal. Tus lágrimas y el océano de ternura, que siempre queda atrás. Agua y sal, elementos ignífugos, traducidos humanamente en llanto, amor, pena, dolor y el plus en el salón. El 15-M (M, de mar) y sus Mareas, inundaron las plazas (5 años ya) de espíritu salino y marinero socarrón. Y el personal hizo piña (que es dulce), y mostraron su devoción por la fruta olvidada de la libertad, la insumisión, el boca a boca (porque también se repartieron besos de ocasión) y el «quedamos para mañana», o, «mejor me instalo ya». La Puerta del Sol, que es la puerta de casi todas las puertas (no giratorias), se abrió de nuevo, y dejó pasar la luz, para dar una patada en el culo a las tinieblas del miedo, la pasividad tontaka, y a la puta mordaza genital (vamos, porque le sale de los huevos al político de turno con uniforme de cabronazi emergente).
Mayo, es un mes rojo. De sangre. De revolución. De hormonas, que piden paso descartando lo ingerminable y lo banal. El mayo francés (el del 68 en París, y el 3 de mayo fusilero y madrileta) nos tocó la fibra rebelde en toda su dimensión. Y la fibra se transformó en muerte (a los gabachos, en 1808), y a los hábitos miserables de una sociedad socavada, económica e intelectualmente, por los que ejercen de capos, con el respaldo de las malditas urnas (en 1968).
Votar, es dar permiso a otro para que mangonee en tu casa, tu bolsillo, tus entradas y salidas (de tono), tu horario laboral (si es que lo tienes), tus posibilidades de éxito para ser feliz y para que tu novi@ siga deseando ser a tus ojos y a los de los demás, quien no es (y menos en la cama, sofá o, para variar, de pie y contra la pared).
Votar, es dar poder a otro sobre tu ya trastornada vida, a la que el atajo de átonos, acomplejados y ambiciosos políticos ya jodieron lo suficiente con su triple anorexia existencial. Que se vayan a sus paraísos fiscales y que se planten en un tiesto, a ver si crecen, aunque sea como vegetales: sin corbata y sin rechistar.
Votar, es poner en manos de otro la permanencia de tu cine de barrio, la tienda de la esquina, que tu calle esté llena de socavones, el parque abandonado y la basura en cualquier parte.
Votar, es consentir pagar, de tu nómina de mierda, los sueldazos de estos políticos macarras y amorales, sus viajes, comilonas y estupideces varias, sin rechistar, mientras ves la final der la Champions o el festival de Eurovisión agitando la bandera de tu esquilmado país.
Votar, es decir sí a los amiguetes mafiosos de estos políticos de mantequilla, ignorantes, cavernícolas y delincuentes, consentidos por las leyes que ellos mismos inventan.
Votar, es hipotecar tu presente y tu futuro a cambio de nada: la ley, el orden y la justicia, promovida y promulgada por corruptos, te esperan a diario en la parada del bus. No te subas. Ve andando. Que les den.
Votar, es sonreír a quien te amarga la existencia con los insostenibles impuestos, colas en hospitales, enseñanza adoctrinadora para troquelar un proletariado obediente y fácil de explotar, y una permisividad de escaqueo fiscal a los Bancos, gente de pasta y multinacionales vampirómanas que nos chupan los tuétanos.
Votar, es, pues, CONFIAR, no creer. Entonces, no creas en nadie y confía solo en quien demuestre con su comportamiento lo que predica. Creer, es dar por supuesto aquello que te cuentan y que nunca viste (ejemplo: dios, el sexo de las sirenas y las promesas de Ciudadanos, el PSOE o el PP). Confiar, es, después de experimentar un bienestar, individual, social o económico, decidir apoyar y luchar por ese equilibrio que, tarde o temprano, abrirá las puertas para que un aire limpio y renovado anticipe una sensación de paz, que posiblemente tenga que ver con la sensación de felicidad a la que el ser humano aspira y que le cuesta encontrar con tanta polución de neumáticos quemados y fiestas de guardar.
Vota, pero no les regales nada. Que trabajen para la comunidad. Que se paguen ellos mismos sus casas, sus traslados y su comida, como todos hacemos. Que no mientan. Que no roben. Que no dejen robar a los que hasta ahora protegían. Que hagan leyes más equitativas. Que la enseñanza sea pública y laica hasta las trancas. Que los únicos paraísos sean nuestras propias vidas, los otros, los fiscales, que desaparezcan en los agujeros negros del cosmos. Que tengamos un hogar donde desarrollar nuestras ilusiones. Que no permitan que las farmacéuticas y los que trafican con el agua, los seres humanos, armas o drogas alienadoras de voluntades, nos atrapen. Que sean abiertos de mente y corazón. Que sean libres. Que sean lúcidos. Que sean transparentes como las alas de una libélula. Que vuelen. Que sepan aterrizar de nuevo en nuestro jardín. Que mediten, por el placer de sentirse bien. Y que el trabajo, sea la prioridad con la que nos sorprendan, por los siglos de los siglos. Malditos payos.
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