Manuel Bueno
Director de Colesterol Teatro
El sexo está sobrevalorado. Inflado. Como una burbuja inmobiliaria a punto de estallar. El sexo, como todo aquello que se reprime, hace sus mejores cifras en la Bolsa del Poder, en el parqué de la ignorancia, en ese territorio desconocido de las religiones y el deseo artificioso de las luces de neón. En este escenario, el sexo baja y sube como un pene distrófico, como una almeja a la marinera en los labios del viejo capitán de un navío encallado en el mar de Aral. El sexo que nos vende el «mercado social» (no el puticlub), es un asunto de erecciones intelectuales, relaciones y emociones perversas, pactos antinatura huecos, pueriles y de «subidón-bébete-el-botellón-que-después-ni-polvo-ni-colchón». El sexo contrajo matrimonio con el poder, y, desde entonces, este, ejerce su mando violando física y moralmente nuestros derechos de esos seres naturales que debieran moverse libremente como conejos entre los matorrales púbicos del Edén.
Si las religiones y los políticos (que son el mismo dragón de dos cabezas y una sola cola, en este caso, hambrienta de poder -con j-), digo, no hubieran inventado EL CASTIGO (y el perdón) para «vergas y vaginas a la deriva», los humanos disfrutaríamos de unos encuentros sexuales distendidos, lúdicos, sin culpa, sin bodorrios, creativos y, hasta amorosos, para los más afortunados. La voluntad de Poder (con J), germinó en el ser vivo como facultad a disposición de sobrevivir en el medio y someter a las dificultades que conllevan el abrigo y el alimento. Este mecanismo automático para mantenerse vivo, al verse mezclado con la astucia del gurú (espiritual) de la aldea para negociar con los dioses (esos que nunca se ven), nos situaron en una panorámica chunga, en 3-D, para afrontar el acto natural y cotidiano de «beber y follar todo es empezar».
Lo natural sería que cada uno se «aliviara» con quien se pusiera de acuerdo porque les viene bien, les vienen ganas y para las risas, para la gimnasia o para el amor (allá cada cual), sin intermediarios evangélicos, sociales, políticos, ni traficantes kosovares. Pero, no. Siempre se nos cuela algún alien, pervirtiendo lo que la naturaleza nos regala para gozo y conocimiento de uno mismo y de los otros. Luego está lo de procrear: eso es cosa del Opus Dei y las chonis. Allá ellos.
El sexo (con censura asimilada a lo zombi y reprimida la voluntad de disfrutar),se convierte en un objeto de deseo, modo PERVERSIÓN. Nos transformamos, entonces, en francotiradores impunes. La «caza» está servida. El morbo, la persecución del objetivo, la violación inducida y el «caché», nos esperan para afrontar lo que siempre debió ser VOLUNTARIO, DIVERTIDO Y FRATERNAL. El sexo, pues, bajo estos parámetros sociales competitivos, necesita ser rastreado, acorralado, comprado, consumido y sometido, para después hacerse un selfie y subirlo al Face, a modo de trofeo que añadir a la colección privada de cada cual, que mejor sea pública, para la subida de los enteros correspondiente en el ranking popular. Sí señor, el ego cotiza el Sexolandia. Y, cuanto más practiques, más valdrá tu acción cuatrera de cow boy de medianoche.
Nunca asocié amor con sexo, pero he de reconocer que es sublime hacerlo cuando amas a tu «prim@». El sexo no es ni más ni menos importante que comer, respirar, reír, correr, comunicarse o crear. La censura sobre cómo, cuándo, con quién y durante cuánto tiempo, lo ha sobredimensionado, enloquecido a sus protagonistas, deconstruido, soliviantado y, por lo tanto, DEPRECIADO, con respecto a esa naturaleza que nos llama sin atender a pitos, flautas o conventos alienígenas de turno. El sexo es otra cosa más, un añadido extático (éxtasis), magia purificadora,….es un tren penetrando en un túnel sin estaciones ni peajes que nos detengan.
Un polvo es un estornudo genital. NI más, ni menos. Y, resfriarse, de vez en cuando, es ofrecer una oportunidad a que tu sistema inmunológico se manifieste. Compruébalo a menudo, es curiosa la respuesta. Ah!, y ámense también, ayuda bastante para el control del colesterol en vena. Do it, man. Y de nada. El chamán follonero en casa, siempre responde.
Díme de qué presumes…