Un día, la señora que regentaba la cocina de un restaurante al que acudía a comer la familia los domingos, oyó a la niña gritar y rápido avisaron a los abuelos. La nena lloraba sentada sobre el alféizar de la ventana, llamando a su madre, con el peligro de que sus piernecitas colgaban en el vacío a 5 pisos de altura. Llegó el abuelo hecho una furia, agarró a la pequeña y, entrando en el dormitorio, le arrió un garrotazo al feriante y a patadas con él lo echó de la casa. En ese «interin», la hija estaba en un motel que alquilaba habitaciones por horas, encamada con su jefe. Días después, tuvo que ir su jefe a una de las islas; su mujer quiso acompañarlo, pero él la disuadió alegando que era un viaje de negocios y no tenía tiempo de ocuparse de ella, pero sí se llevó a su «secretaria», que le sacó varios trajes, zapatos, colonia de marca, alguna joyita y a la hija de ella la equipó para una buena temporada. Un día se presentó la jefa en la oficina y, al ver a la supuesta secretaria, se mosqueó y exigió al marido que la despidiera: ella tenía el interfono abierto y escuchó cómo le decía que sus celos eran infundados, que para él no representaba nada y, ¡desde luego que la despediría! «Para complacerte, mi amor», concluyó. Cuando salió la señora, con aire altivo, del despacho y se dirigía al ascensor, se levantó la tarada aquella y, acercándose a la dama, le espetó: «¡Mañana seré despedida por tu culpa, pero te jod… que me he llevado a tu marido al «huerto» todos los días, frígida, que no sabes complacerle!». La señora le dio una bofetada accionando el botón de bajada. Al fallarle aquello, se lió con el hermano del jefe, luego con un motero, con el dueño de una panadería…; no tenía arreglo: le iba la marcha más que a un tonto un pirulí.
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