Dicen que no hay quinto malo, y eso es lo que pasó con esta quinta raíz, pues Raimundo tuvo el placer de conocer a Valeria (su madre adoptiva), a la que casi le da un «patatús» al ver el «regalo» que su esposo le había traído para las fiestas de Navidad. Aquel hijo era su «Niño Jesús», e hizo que fuese el día más feliz de su vida. Leandro, su marido, se encargó de ir a la capital y, allí, a fuerza de soltar dinero por todas partes, logró que el pequeño se llamara como él y el apellido «Expósito» pasara a segundo lugar, para adoptar el «Reyes», que era el de la familia. Como el niño era el heredero, quería el padre perpetuar en el hijo su apellido para generaciones venideras. Tenía Leandro 14 años; era un chico espigado, trabajador e inteligente, que en cuanto el padre salía con los animales para vender y comprarlos, quedaba como el hombre de la casa, cuidando a Valeria, su madre, llevando a raya a los criados y dando instrucciones a los gañanes del campo, cuando un día se presentó una «troupe» de gitanos, preguntando por Raimundo. Volvamos atrás y veremos a esta familia llegar al orfelinato a reclamar a aquel niño que dejaron en el torno el 19/2/1771, siendo recogido por sor Tomasa (ya fallecida). Ni que decir tiene que la nueva superiora se negó a darles las señas de donde fue adoptado el chico, que dijeron que recogerían en 15 días y habían pasado 14 años, pero ante las amenazas de quemarles la institución y rajarlas con sus facas, se vio obligada a dárselas, por eso estaban en la casa para reclamar algo olvidado tantos años. El mozo no se dejó amilanar; tomó una «browie» de su padre, se sentó en una silla a la entrada de la casa, desafiándolos, a ver si alguno tenía narices de pasar y llevárselo. Después de parlamentar, llegaron al acuerdo de que podían venir a verlo cuando quisieran, pero…
Continuará
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