Hay cosas que no cambian nunca, como por ejemplo lo de Eurovisión. Tanta polémica que había por todo el país con el tema de Chikilicuatre -que si era una vergüenza, que si iba a hacer el ridículo, que si parecía una broma…-, por aquí y por allá; pues, mira por dónde, hemos quedado igual que cualquier otro año con cantantes normales, incluso mejor que en otras ocasiones.
Lo que ha quedado demostrado es que, se mande lo que se mande, las votaciones van a ser siempre similares. Quedamos, como siempre, por el centro de la clasificación. Otras veces fue incluso mucho peor. No ha sido nada distinto de otros años. Y es que, cuando las cosas están ya decididas de otra forma, no importa nada lo que se cante o quién lo canta y, si no, a la vista está.
Desde el momento en que un señor que está siguiendo el festival, más o menos asiduamente, nos puede ir diciendo de antemano a quién va a votar cada país, con tan mínimo margen de error, ¿qué importancia tiene qué o quién nos represente? Si se vota por proximidad geográfica, o vete a saber por qué intereses. Lo peor es que, desgraciadamente, así sucede con demasiadas cosas, que por muchas ilusiones que las personas pongan en ellas, si se rigen por otros parámetros tan distintos, lo que menos importa es la forma de hacer o sentir de quien lo realiza, y es injusto, qué duda cabe que lo es… Pero eso está a la orden del día, y en tantos otros temas que nos asombraríamos al conocerlos.
Por otra parte, parece ser que ya se van solucionando los problemas internos del principal partido de la oposición -local, no nacional, que aquellos siguen aún con lo suyo, muy mal-. Y, después de la asamblea, celebrada el otro día, dicen que se van clarificando las posturas entre los militantes. Esperemos que se continúe por el buen camino, por el bien, sobre todo, de la vida democrática.
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