La Navidad entre el derroche, el esplendor, el dolor y la miseria

En este extraño 2017, donde todo anda revolucionado, desde el comportamiento inusual del clima, con sus temperaturas anómalas, hasta la «ciclogénesis explosiva» peligrosa del catalanismo separatista, donde nos han llevado sus reivindicaciones y ambiciones, destruyendo y enfrentando a los propios catalanes y al resto de los españoles, llega la dulce Navidad con su mensaje de amor y paz a todos los seres humanos.
Este preludio navideño, con su mágico halo, envuelve sólo a una parte de la gente que la recibe con alegría y la celebra, con derroches extraordinarios y la liturgia sagrada del momento; una mayoría no la disfruta ni sabe de ella, de los Belenes, árboles navideños, compras, regalos, dulces y toda esa parafernalia que viste esta entrañable fiesta, alrededor del calor de un hogar, una familia, y ésos son, tristemente, los hijos del infortunio, los nadie, los desheredados de todo, que están por todas partes del mundo marginal con figura y necesidades como las nuestras, pero no las tienen y «ni se les ve, ni se les escucha», pero no son invisibles, están ahí con sus miserias y su desamparo. Los indigentes, los que molestan a la vista, son echados de las puertas de los comercios y supermercados como apestosos; y duermen en la dura calle a la intemperie, y en el duro suelo. Con frío, lluvia, sin calor humano, siempre a la espera de que les den unas monedas o algo de comida.
Todo ese terrible contraste de la abundancia de unos, frente a la de esos otros seres indefensos que sufren calamidades, muchas veces también son quemados, apaleados, asesinados, y son una muestra de esta inhumana y mísera sociedad democrática, de derecho sólo para unos; para otros, la indiferencia y la desnudez de sus vidas, privadas de todo. Mientras, la Navidad luce esplendorosa para estas élites del poder que cínicamente miran ahora a los necesitados; y celebridades y artistas hacen concursos y espacios musicales de cara a una galería ficticia para recoger dinero desde los medios televisivos con reclamos. Bolígrafos, juguetes, regalos en este tiempo a los ancianos, siempre olvidados; y personas caritativas dan alimentos mientras la «pobre» Caritas diocesana, en las puertas de algunos supermercados, pide a los que van a comprar que contribuyan con algo de comida imperecedera para los de verdad pobres. Pan, arroz, azúcar, chocolate, leche, magdalenas… De pena. Y, pasada la Navidad, todo de nuevo vuelve a su sitio; donde abocan sin un atisbo de humanidad ni conciencia a los hijos del infortunio, los nadie.
Luego, el otro drama sangrante. Los que tampoco nadie quiere y también están ahí, no son invisibles. Los refugiados por las guerras intestinas de sus países, los inmigrantes africanos huyendo de sus hambrunas, y miles de todos ellos sólo encuentran en los fondos del Mediterráneo unas tumbas para dormir por siempre su mísera vida; esa vida que se les niega y a la que tienen derecho, como todo ser humano.
Este escrito es más que un reproche, una acusación a esta sociedad vacía sin alma, ni conciencia, ni humanidad. Un lamento dolorido.
La Navidad, por desgracia, no trae la paz, la concordia ni el amor entre todos los seres humanos. Se la recibe como una fiesta, ignorando el verdadero significado de ella, el nacimiento de un ser superior que vino y dio su vida por todos los seres de buena voluntad.

Josefina García

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