El 10 de marzo hace un año que desapareció Yeremi Vargas y todavía no se sabe qué ha sido de él. Tampoco se tienen noticias del paradero de Mari Luz o de Madeleine. Por desgracia, no son ellos solos, pues, según la estadística, hay miles de niños y adolescentes que cada año faltan de sus casas; unos de forma voluntaria, y los más, raptados con violencia. Ello hace que familiares, amigos o la opinión pública se angustien y desesperen ante la ausencia de noticias. Ahí se crea la zozobra, incertidumbre y especulaciones, al ignorar si viven, han sido asesinados o utilizados para la prostitución o donación de órganos. Lo desesperante es la duda, el temor constante a recibir la «mala noticia». Si al menos tuvieran la certeza de que ya no están en este mundo, les rezarían y guardarían el dulce recuerdo de su paso por esta vida; de otra forma, no saben a qué atenerse. ¡Los delitos contra menores deberían ser castigados con la castración del delincuente, o cadena perpetua! Así se evitarían las violaciones y escenas aberrantes colgadas en Internet, practicando en el cuerpo de esos bebés y niñitos los más atroces actos. ¿Qué se puede esperar de esos energúmenos poseídos por Satanás? ¿No tendrán ellos hijos? ¿Les gustaría que a los suyos se les practicaran actos tan deleznables? Cada vez que en televisión se sabe de otro adolescente perdido, pensamos: «¿Dónde está Dios? ¿No habrá un castigo ejemplar para esos monstruos?». Se sabe de gente que supuestamente debería cuidar de la infancia, y se ven involucrados en esos manejos, que mueven miles de millones. Tristemente, ves que ellos forman parte del círculo de malhechores, pero la corrupción, ¡el robar la inocencia de un niño!, aún siendo un país democrático, debería estar contemplado en la ley con la máxima pena… ¡¡¡la muerte!!!
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