No encuentro calificativos para definir el espectáculo que nos ofrecieron el pasado día 8 los chinos con la ceremonia de inauguración de los 49º Juegos Olímpicos de la era moderna.
Se notaba la mano, en la dirección del gran espectáculo, de un director de cine que supo aunar las tradiciones más ancestrales chinas con las más altas tecnologías. Suponemos que esa marcialidad y ritmo en las multitudes, que sincronizaban al segundo sus actuaciones, les habrá costado sangre, sudor y lágrimas, pero hay que quitarse el sombrero ante tal derroche de imaginación.
Se hizo un recorrido a través de los inventos de los chinos, desde el papel al melocotón (cosa que desconocía), hasta la tinta o el cometa. Casi mágica fue la representación de la «ruta de la seda», sobre el pergamino tridimensional representado en la base del estadio. Memorable fue el ascenso del globo terráqueo donde bailaban a su alrededor, incluso boca abajo, y ya sublime y original el recorrido del atleta chino, corriendo por el zócalo del estadio del «nido del pájaro» hasta encender el pebetero. Todo ello, intercalado con una explosión de fuegos artificiales jamás vista.
Si las gestiones no fallan, y parece que van por buen camino, en 2016, Madrid podría, con toda probabilidad, acoger los Juegos Olímpicos, y para ello los chinos nos han dado ideas muy divertidas. Por lo tanto, Almodóvar podría dirigir el evento, y dados a presumir de inventos, el estadio se convertiría en un gran futbolín, donde más de diez mil bailarines alzarían al viento fregonas con colores fluorescentes, mientras que chupa-chups gigantes danzan alrededor del campo. Luego se puede abrir la tierra y emerger entre efectos especiales un submarino, que dispare flores de colores a una flota de auto-giros… No sé si tendría el éxito de Pekín, pero original no me negaréis que es. En tanto llega ese día, sigamos recordando la extraordinaria ceremonia de este año como el sueño de una noche de verano.
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