Sólo cuando nos encontramos con un auténtico problema sin solución, es cuando los seres humanos nos llegamos a plantear qué pocas cosas hay realmente importantes en esta vida y lo mínimamente que las valoramos con normalidad.
Nos pasamos los días luchando por sobrevivir, en una vorágine de sucesos cotidianos que nos arrastra a un ritmo frenético. En ella vamos inmersos, sin observar que nos perdemos lo mejor, muchas veces por perseguir otras cosas que luego ni merecen la pena.
La mezquindad de algunos seres humanos puede llegar, en ocasiones, a unos límites tan bajos que hasta producen pena.
Cuando se es capaz de acometer ciertos actos que rayan en el ridículo más vergonzoso y hasta repugnante, por orgullo y prepotencia, sólo se puede ser digno del más absoluto desprecio. Hay quien olvida que la auténtica grandeza del ser humano no reside en el dinero, ni tampoco en el poder, sino que hay otras cosas mucho más importantes que todo eso, y que son las que dan la auténtica medida de la categoría de quien las ejecuta; aunque tal vez sean demasiado inalcanzables para quienes tienen tan bajas miras que no alcanzan ni a imaginar dónde está lo verdadero y dónde lo falso.
Es triste, y tal vez habrá quien pueda llegar comprenderlo demasiado tarde, ver cómo hay quien prefiere ignorar todo aquello que no acierta a comprender, lo que no sea el oropel de los agasajos fáciles y más simples.
Lo cierto es que cada cual se da a conocer por sus actos, por su manera de proceder ante los avatares de la vida.
Esa vida que vuelve ahora a la rutina cotidiana del otoño, tras la marabunta veraniega, que nos deja completamente exhaustos. Y es que parece que, con el comienzo del curso escolar, todos volvemos un poco a la normalidad, en este año, en que al parecer ya que no habrá tantos problemas escolares como en los anteriores, con la ratio y la escolarización de todos los niños.
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