Yo pensaba que la falta de distinción entre intereses personales y corporativos, casi siempre obviando los generales (los de todos), era una característica específica de los gestores y directivos latinos. Ahora veo que me confundía.
La crisis que nos aprieta tiene, esta vez, un componente central de cultura de gestión, de ética del enriquecimiento fácil y rápido. Conecta con nuestros sueños de premio gordo de lotería y vida resuelta, ¡a lo grande!
La cesta de Navidad no es más que la punta del iceberg de esa parte de la cultura que habrá que cambiar con urgencia. No hablo de la caja de Navidad que algunas empresas reparten, todas igualitas, entre todos sus trabajadores. Me refiero a la cesta, al detallazo exclusivo para directivos; a esa que con sorprendente regularidad agasaja a aquellos que toman decisiones sobre servicios subcontratados, sobre proveedores…
La mala costumbre de sobregratificar a los poderosos ha endiosado a algunos. Se lo han creído. Y la falta de control y prudencia, unida a una ambición desmedida, puede, ahora, hundirnos a todos. El premio desmedido e interesado es una práctica que dice muy poco de nuestros valores.
Así que me decido por hacer dos pequeñas propuestas para el cambio: Podríamos empezar por hacer pública la cuantía de los detalles y regalos; pero me parece muy duro, demasiado exigente y sonrojante (mejor dejar esto para el año que viene). De momento, ¿por qué no hacer paquetitos de las grandes cestas y repartirlos entre los trabajadores? Y, para equilibrar, los mejores paquetes para los de menos sueldo, para los últimos que dejaron la empresa y «disfrutan» del paro…
Digo esto porque algo habrá que ir haciendo, ¿o nos quedamos mano sobre mano mirando a ver si de la caja tonta sale alguna solución?
Enrique Olaso García
(Getxo – Vizcaya)
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