Conversión…

Ya han transcurrido los Carnavales, llenos de colorido y vistosidad, con sus reinas, sus chirigotas que contagian la alegría y el buen humor, sus críticas, con sus disfraces humorísticos y artísticos, unos acertados y otros no, que sirven, a veces, para ocultar la inhibición, la timidez, la introversión, etc. Ahora es tiempo de sepultar todo esto y dar paso a otro periodo de reflexión.
Hemos celebrado el miércoles de ceniza, en el que muchísimas personas de nuestra ciudad se han acercado a las diferentes celebraciones eucarísticas para recibirla en su frente y escuchar las palabras de «Conviértete y cree en el Evangelio», y eso es la Cuaresma, es un periodo de auténtica conversión.
Pero, ¿qué es la conversión? La conversión no es exclusiva de aquellos que no creen en nada y, de momento, reciben la llamada para creer en el Dios salvador, Aquel que nos ama y nos quiere como nadie. La conversión es también para los cristianos. La conversión es diaria. Cada día debemos mostrar nuestra alegría de serlo con nuestra familia, nuestros vecinos, nuestros amigos, en el trabajo, e intentar hacerlo mejor cada mañana. Es tiempo de compartir, de ser solidario, de pensar que hay muchas personas que no pueden comer y no tienen vestido, ni luz, ni agua, etc. Ése es el verdadero ayuno, compartir aquello que tenemos con los demás.
La Cuaresma debe ser todo lo contrario que aquello que aprendemos de nuestros políticos: enfrentamientos, descalificaciones, insultos, persecuciones, una lucha desmedida por alcanzar el poder, poder que debería ser espíritu de servicio hacia los demás, de concordia, de perdón, de búsqueda de la paz, la justicia, el bien común para la sociedad, de unidad ante las adversidades y crisis económicas, de escuchar, de aceptar aquello que pensamos es bueno para todos y no anteponer los egoísmos partidistas, personales y demagógicos, que están afectando a muchas personas españolas que no encuentran trabajo, así como a muchos inmigrantes que han venido a nuestro país buscando una vida mejor y más digna.
La Cuaresma no es una antesala de unas vacaciones, es proyectar toda nuestra persona a la misión de hacer felices a los demás, a olvidar nuestros prejuicios y discernir qué es aquello que verdaderamente llena nuestra alma. El egoísmo es el mayor enemigo de la Cuaresma, de las personas, de los políticos. Este cambio es la verdadera conversión.
La Cuaresma nos abre la puerta hacia la Semana Santa. Es tiempo en el que las cofradías preparan celosamente sus desfiles procesionales, sus tronos, a sus costaleros, etc. Se quiere que todo salga bien, pero no deben prepararse para ofrecer un espectáculo, deben sentir aquello que representan. Lo que portan son iconos de lo que verdaderamente sucedió y se rememora, la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, el verdadero exponente del amor y del sacrificio. Él no vino a salvar precisamente a los justos, sino a los que no lo son, pues, como Él decía, «no necesitan médico los que están sanos, sino los enfermos». La Cuaresma es tiempo de curar nuestra enfermedad.

Carlos García

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