José Manuel Martínez Andreu
Concejal Portavoz EUPV Torrevieja
La maniobra de los costaleros para doblar la esquina de Caballero de Rodas con Patricio Pérez evidenció destreza y preparación. Rozaron con sus túnicas las rodillas de los allí presentes, sentados al borde de la acera sobre sillas propias o alquiladas, embebidos en la admiración de ese trono altivo, engalanado con flores y joyas. Casi todos se mostraban emocionados al son de los golpes secos del martillo y del ritmo solemne de los tambores. Una niña a mi lado, con las dos manos abiertas, apretaba con fuerza sus oídos, asustada por el ímpetu de los redobles; su abuela intentaba tranquilizarla con caricias y susurros de cariño. La niña llevaba una bolsa de plástico que ofrecía, alargando los brazos hacia los otros niños y niñas, esos otros que desfilaban vestidos de nazarenos en medio de la calzada. Se acercaban y depositaban en su bolsa de plástico caramelos, piruletas y chocolates que sacaban de su buche, como si fuera una ofrenda. Un hombre que no era de aquí, quiero decir extranjero, preguntaba casi angustiado el nombre de los pasos. Le contestaban al azar, alguno de la primera fila doblando la cabeza: es la Convocatoria, es el San Pedro, es la Última Cena, es el Nazareno.
Nadie pareció reparar en el crespón blanco que lucían los estandartes de todas las cofradías. El hombre curioso y extranjero no preguntó en ningún momento por ese gran lazo cuya blancura resaltaba sobre el negro o el verde o el morado del paño. Pasaba, el blanco, desapercibido.
Ese crespón blanco de apoyo a la Iglesia en su postura contraria a que las mujeres puedan abortar era blandido entre hachotes, salmos y martillazos sin aparentemente suscitar problema alguno, ni siquiera se oía comentario alguno. Estimo que es un signo de cordura o de ignorancia o de ambas cosas. Tras los crespones blancos, desfilaban mujeres y niñas que, o bien eran ajenas a su significado, o escenificaban de ese modo la renuncia a su libre maternidad, dejando en manos de la divinidad su libertad de concepción.
Yo, si fuera mujer, no seguiría ese crespón por su ruta de penitencia. Yo, si fuera mujer, hubiera arrancado, no sé si con dentelladas secas y calientes, ese crespón blanco de sus mástiles machistas. Yo, si fuera mujer… Pero no lo soy. Soy un hombre. De los que no desfila tras el lazo blanco de la vergüenza. Soy uno de los muchos hombres que piensa que la maternidad es un derecho único e inalienable de la mujer. Si yo fuera mujer elegiría cómo, cuándo y con quién voy a ser madre, si quiero serlo.
La niña, a mi lado, que hoy asustada presiona con fuerza sus manos abiertas sobre sus oídos para no escuchar los tambores del miedo, mañana deberá apretarlas sobre sus ojos para no ver el blanco de ese crespón, el blanco de su sumisión, el blanco de la mentira. Esa niña soy yo. Esa niña somos todos, somos todas.
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