Las aventuras de Mari Pili (III)

Ella, en sus trece, siguió el paseo, pues no quedaba mucho, pero quería seguir la charla con su cuñada.
Iba Mª Pili temerosa y con mucho cuidado porque ya veía el final de la playa. ¡Qué contenta se puso! Al fin llegaba. Pero la alegría le duró poco, porque unos gansos (llámese a los chicos de más edad y poco entendimiento) que estaban jugando al fútbol en el borde del agua le arrearon tal pelotazo en la cara que cayó al suelo, dolorida y sin poder abrir bien un ojo. Los chicos de Cruz Roja intervinieron otra vez; le limpiaron la cara y le pusieron en el ojo un parche de protección. ¡Vaya aspecto que tenía!
Mientras la curaban, pasó por su mente toda la parentela de esos estúpidos de la pelota, de los que se acordó muy mucho.
¡Estaba llegando! ya no quedaba casi nada, y no quiso volver; así que continuó poco a poco, bien agarrada a su cuñada.
Como iba magullada y renqueante, no pudo por menos meter el pie en un pequeño hoyo que había quedado del día anterior sin tapar por algún irresponsable, que, haberlos, haylos, y muchos. Se dobló el tobillo de tal manera que dio un traspies y se sentó de culo (con perdón). El tobillo empezó a hincharse (un esguince) y se puso como una berenjena, gordo y morado. Llegaron los de Cruz Roja (menos mal que siempre estan ahí), le vendaron el pie y se lo inmovilizaron.
Mª Pili llegó al final de la playa, pues quedaban pocos metros, y allí la montaron en una silla de ruedas para llevarla a su punto de origen.
Pobre Mª Pili, qué aspecto tenía; un parche en el ojo, la cara enrojecida, un hombro amoratado, la cadera dolorida, el tobillo vendado y algo más que pueda salir más tarde.
Como comprenderéis, esta historia no es real en todo, pero en parte sí puede ocurrir, porque, ¿a quien no le ha ocurrido alguno de estos percances alguna vez?
Un día en la playa puede y debe de ser un día de concordia, disfrute y demostración del respeto a los demás, porque somos muchos los usuarios.
Un día de playa puede ser un mal día si no somos conscientes del daño que podemos causar a los demás si jugamos a la pelota en la orilla, si jugamos con palas en el borde del agua, si hacemos hoyos grandes donde paseamos… Tengamos en cuenta que todos tenemos derecho a disfrutar de un placentero día de playa.
Esperemos que esta historia NUNCA se haga realidad.

Saludos,
Manuel Moral

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