Fernando Guardiola
ferguarmo@gmail.com
Tirando de Wikipedia, se puede comprobar que, en el año 840 dC, y después de la institución del día de Todos los Santos por el papa Bonifacio IV, se empezó a rendir homenaje a esos Santos, que no suben a los altares, pero que a veces son tan santos o más que algunos, que en su parafernalia, usan espadas, escudos y armas de guerra. Quién me va a negar que mi Madre o la tuya no son Santas por derecho propio. Los ingleses y norteamericanos, que a todo le sacan punta, con tal de coger la «pela», también celebraban su «All Hallow’s Eve» (traducido literalmente: «Víspera de Todos los Santos»), que dejaron reducido al ahora tan celebrado «Halloween». ¡Qué diferencia hay! Mientras nosotros recordamos a los nuestros con respeto, ofreciéndoles flores, oraciones y recuerdos, ellos se ríen de la muerte y la celebran organizando unas fiestas propias del Carnaval, que nuestros jóvenes y niños han adoptado con placidez, y, al grito de «truco o trato» (que ni ellos saben qué quiere decir), «traquean» las puertas, pidiendo caramelos y propinas, y organizando unas fiestas «Nochevejenses» llenas de un tétrico y buen humor. No estoy en desacuerdo con esta nueva forma de celebrarlo, pero también habría que enseñar a nuestros pequeños, futuros ciudadanos, a conservar las tradiciones. Decían mis abuelos que uno no muere mientras no cae en el olvido, y este día se trata precisamente de ello, de recordarles, en sus mejores momentos. De reunirse en torno a sus lugares de descanso y, como en una conversación de barrio, comentar las anécdotas que ocurrieron mientras estuvieron con nosotros.
El día de 1 me acerqué al cementerio y observé cómo seguimos amando y recordando a cuantos nos dejaron. Unos en mausoleos magníficos y artísticamente realizados y otros en las tumbas comunes o en los columbarios para cenizas, habilitados para los que eligieron la incineración. Un río interminable de gente asea, adorna con flores las tumbas y hace una oración de agradecimiento a los que se nos fueron. Paseé con serenidad entre los silencios del Camposanto, haciendo visitas a cuantos conocí, con una parada muy especial en el panteón de nuestro muy querido Ricardo Lafuente, cuyo memorial celebramos la víspera.
Vi, entre las lápidas, las de personajes de nuestro pueblo: Juan Mateo, Diego Ramírez, etc. Y, al abandonar la morada de todos ellos, quise hacer una propuesta a nuestro Ayuntamiento, y siempre de acuerdo con los familiares de los difuntos, y es la de construir y conservar para el futuro el «Panteón de Hijos Ilustres de Torrevieja». Así se les podría rendir, en conjunto, el homenaje de los que disfrutamos actualmente de todo cuanto hicieron para que, en nuestra estancia en el pueblo, disfrutemos una vida mejor.
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