Los falsos ídolos

Siempre ha habido y seguirá habiendo ídolos en todas las religiones del mundo; son monolitos, estatuas u obeliscos que se erigen para recordar a un dios viviente o muerto: en Egipto, Polinesia, Roma o Grecia proliferan, pero hoy no me voy a referir a esas moles silenciosas que adornan un parque, avenida, plazoleta o altar, sino a los humanos. Se le rinde homenaje a un futbolista, artista o cualquiera que destaque en algo; si es en bien de la ciencia o humanidad, excelente, pero si se trata del clásico oportunista que, por ponerse «moños», joroba a los demás, eso es grave. La gente rastrera y pelota está ahí de toda la vida. Aún recuerdo a uno que decía al «señorito» del cortijo donde yo vivía de pequeña: «Zeñorito, quiero máz a suzzijos ca loz míoz».
Era un hombre pelotillero, que hacía todo lo posible por estar tirando de la levita al señorito de turno, pero a la primera de cambio fue despedido, así que todo su esfuerzo de años cayó al suelo como un ídolo del pedestal, en un santiamén.
Cuando una persona es inteligente, no se deja llevar por la vanidad ni las falsas adulaciones, su ascenso es sólido porque califica a los que están a su alrededor, con sentido analítico, así ve que antes, cuando no era nadie, tenía pocos, pero buenos amigos, y si hoy es popular, todo el que se sube al carro de su fama, lo hace queriendo medrar y llevarse la medalla, aunque sea de latón, pero si ve que pierde el favor de los poderosos, rápidamente te abandona para irse a buscar la oportunidad de vivir a la sombra del siguiente personaje. A ese respecto, mi abuelo, que era muy inteligente, me decía: «Humildad ante todo y no fiarse de los «enemigos» que van por detrás».
Algunas personas somos reacias a la adulación y la falsa idolatría, porque somos nosotros mismos y no un pelele en manos de los que nos quieren «vender la burra».

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