La risa sin lógica del dinero o cómo no mofarse de uno mismo

Woody Allen

«Reírse por no llorar», parecen sugerir los comentarios de muchos a la situación de crisis que parece repetirse periódicamente, a juzgar por los dichos desde los primeros sabios de la humanidad. Y es sorprendente observar que la mitad de la manzana estaba ya podrida en el árbol, pues las frases se multiplican cuando sale al ruedo el tema de lo guardado en la hucha: De pequeños extraíamos las cuatrenas y ochenas con un cuchillo para después hacer gracias porque nos sentíamos alegres de poder contarlo perra a perra.
Me acabo de meter en la web de Woody Allen, para quien «algo tiene que haber en el dinero cuando quienes lo poseen en cuantías pretenden disimularlo, como si se tratara de una vergüenza». Su verdadero nombre era Allen Stewart Königsberg. De origen ruso-austríaco, nació en Brooklyn, New York, en 1935; aprendió durante los años duros de su adolescencia a superar con humor la comedia humana que se representa de forma diferente a lo que nos cuentan las historias leídas u observadas por otros, sobre todo si los que sufren las consecuencias de los desenfrenos de unos cuantos notan sus risitas por detrás, dirá Woody Allen. Pero todos estos sainetes son serios, por más que nos hagan saltar a veces la sonrisa entre dientes. El dinero, diría Noel Coward, no nos proporcionará amigos, sino enemigos de mejor calidad», sin que sea un consuelo, matizaría Woody Allen, al pensar que siempre ha sido así aunque lo único que ha cambiado haya sido su refugio en los bolsillos para no ser detectado.
Las bromas y comparaciones se multiplican: «Es un papel higiénico que sólo echamos de menos cuando hay que utilizarlo», diría U. Sinclair, y nos mordemos los labios con risitas, porque no queda más remedio, cuando algunos mencionan sus prebendas como miserables, ocultando bien el resto en los baúles. Y no es que los de antes fueran más avaros que los de ahora, pues ya Séneca se divertía comentando que, aunque pensemos que el darlo todo a los pobres nos parezca el culmen de la felicidad, a poquísimos se les ocurre llevarlo a cabo. En tiempos de crisis es cuando más se habla de ello, por lo que saldrán a flote los chistes de mayor gracia: «Si ves que se tira por la ventana un banquero, no dudes en seguirle, pues aterrizaréis en un mar de monedas contante y sonante», bromeaba Voltaire ya en su tiempo, y el desfogarse de esa lacra que afecta ahora a tantos puede resultar divertido si estamos respaldados por un mínimo de seguridad, aunque a nadie consuele saber que siempre ha habido pobres y ricos, matizaba Woody Allen.

HECHOS Y DICHOS
El dinero no puede hacernos felices, por más que sea lo único que compensa de no serlo.  Jacinto Benavente

ANÓNIMO
Hay gente tan sumamente pobre que sólo tiene dinero.

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