Los quereres ocultos de la libertad escapan a nuestro control

Herbert Marcuse

Estaba ya casi terminando esta crónica sobre cómo llevar a cabo nuestros caprichos cuando, mientras pulsaba las teclas del escritorio en mi ordenador, me entero de la muerte de José Saramago, un humanista de tiempos modernos, famoso por sus dichos y diretes que han levantado ampollas para quienes se imaginan que hemos llegado a cumplimentar los sueños de la libertad individual.
Pero era ya un referente al tema lo escrito por Herbert Marcuse (1898-1979), un alemán cuyo pensamiento marca un antes y un después, cuando constató que nuestra cultura occidental se ha dejado arrastrar durante siglos por lo inverosímil. Se mofaba de las ofertas de liberación de siempre, propuestas como si se tratara de artículos de mercado de rebajas, y, a través de la dialéctica del pensamiento, logró extender su teoría política al campo de las ciencias sociales. Es célebre por sus entrevistas en que mantenía que, debido a ciertos cebos atractivos, sucumbimos en las trampas que nos ofrecen, sin caer en la cuenta de que nuestra libertad la mantienen siempre controlada unos pocos.
En infinidad de ocasiones, las compañías telefónicas no nos dejan en paz o, como en mi caso, que te permita la Windows Live ID, que se ha colado en la pantalla, el acceso directo a tu correo electrónico porque sí, amenazando con que todo el arsenal informático se ponga en entredicho. Pero una mayoría no reacciona debidamente, que es lo que «esos pocos» temen, y, después de horas de peleas que pueden costar un huevo, nos tenemos que refugiar en pequeñas consolaciones del momento: «A veces, lo que pensamos nos llevará a sombras de penumbra», diría Saramago, y el «querer es poder», que se concatena con su homólogo: «coser y cantar». Para que todo tenga un final fácil, nos obligará a buscar alivio en antiguas tonadillas: «¡Ay!, ¡Ay!, ¡Ay!, ¡Ay! – Canta y no llores – Que así se alegran – Cielito lindo – Los corazones».

HECHOS Y DICHOS
Logramos con frecuencia sobrevivir gracias al mundo imprevisible de los sueños.  Fredric Schiller

ANÓNIMO
Y gozaremos de nuestra libertad a condición de no usarla.

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