Vendedores de ilusiones

Espero que, cuando este artículo llegue a vosotros, haya terminado el calvario de esos hermanos chilenos, que llevan tanto tiempo atrapados en el fondo de la mina; que las máquinas puedan llegar al nivel de ellos y la cápsula los extraiga sin más problemas, para que puedan abrazar a sus familias, y, sobre todo, respirar el aire puro, y paulatinamente (no de golpe) ver la luz del día, recibir la caricia del sol y el soplo del viento.
El Destino actúa a su antojo sobre nuestras vidas y no podemos escapar a sus caprichos voluptuosos: yo misma, sin ir más lejos, me he visto ingresada en el hospital, con unos problemas serios de salud y alejada de la sociedad, e, incluso, no pude hacer mi artículo quincenal como siempre. Os pido disculpas por ello.
Quiero manifestar mi agradecimiento a todo el personal de dicho hospital, por su dedicación, palabras de aliento y ánimo, por esa delicadeza para el paciente. Si no sonara a falso e irónico, casi diría que es una delicia estar enferma.
Durante mi estancia allí, tuvo lugar el estreno de Colesterol Teatro, «La Isla», en el centro cultural Virgen del Carmen. Me fue imposible asistir. Luego me la contaron, tanto mi amigo Manuel Bueno como su principal actriz, Valle, con los que me une una gran amistad. De todas formas, me habían enviado el libreto para que le echara un vistazo.
Ya estoy otra vez al pie del cañón para contaros mis cosas; hoy, por las excepcionales circunstancias, me he puesto un poco seria, pero ese papel no me va. Quiero deciros que arrojéis al viento las penas y tristezas y viváis el momento presente, sobre todo la vida, que es lo único verdadero que tenemos.

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