Pirraca

¡Jamás vi al tio Pirraca sentado para comer, ni para… ! Lo contrario. Si estaba en el campo, todos se sentaban en el suelo o en piedras; él se tumbaba boca abajo y, metiendo la cuchara o el cuchillo, en cuyo extremo ponía un trozo de pan para pringar en el lebrillo de barro, comía como un mulo, pero, también, cuando había que trabajar duro, era el primero. En el cortijo se ponía en cuclillas, sobre el blanco poyete, y desde allí alargaba la mano para alcanzar su ración. En cuanto a la segunda cuestión, un poco más privada… Habían hecho unos servicios con arena y cemento, suelo y paredes: la puerta era de fina madera de álamo. En el centro del habitáculo hicieron un hoyo, con una larga tubería que salía al campo, justo por donde pasaba el arroyo. Para hacer sus necesidades, se ponía un pie en cada forma de zapato, y, agachados, evacuaban. Yo, como es de suponer, nunca vi a Pirraca de esa guisa, pero él lo comentaba con sus compañeros y yo me enteraba de todo, ya que, al ser pequeña, no me tenían en cuenta. Cuando notaban mi presencia, alguno exclamaba: «¡Cuidado, que hay ropa tendida!». De ese modo cambiaban de conversación, y a mí me repateaba, pues me quedaba a medias, sin enterarme de las cosas. Años después, pusieron retretes en los servicios, y Pirraca, siguiendo su costumbre, se ponía en cuclillas sobre él, hasta que un día se partió y le hizo un buen tajo en el trasero y el muslo. ¡Pobre, hombre, tuvo que enseñar sus «vergüenzas» a todo el mundo mientras le curaban! Por supuesto que a los niños nos echaron de allí, pues no faltaba más en aquellos tiempos, jajajaja.

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