Al amanecer (1ª parte)

Por enésima vez discutían padre e hijo. Sus palabras, cargadas de ira, eran duras, y eso hacía que se enconaran más los ánimos. José dio el ultimatum a su hijo: «¡Te casas con Isabel haciéndote cargo de los negocios, pero si persiste en tu idea de seguir con la muerta de hambre esa, que al parecer te ha comido la sesera, te desheredo… Es más; prefiero verte muerto antes que unido a Mercedes!». Luis tragó saliva, haciendo subir la nuez. «¡Tú lo has querido, padre!», dijo: «Desde este momento cuenta con que tu hijo ha muerto. ¡Jamás me casaré con Isabel sólo por complacerte y que tu fortuna y la suya se incrementen! ¡Mercedes es una pobre modista, sin un real, pero es la mujer que amo!».
José salió de la estancia dando un portazo, yendo a encerrarse en su despacho. Luis montó a caballo y salió espoleando hacia el campo, para, allí, en plena naturaleza, meditar. Isabel era la única hija del dueño de la tahona, tienda de comestibles, centralita de correos y teléfonos, amén de un cortijo que valía millones. En el lado opuesto de la balanza, Mercedes, la hija de una pobre mujer medio cegata, a la que tenía que cuidar y alimentar, cosiendo para la calle. Lo que más le dolió a Luis fue la propuesta que le hizo su padre la semana anterior: «¿Hijo, cásate con Isabel y ten a Mercedes de amante. ¡Te lo puedes permitir, dado tu status social!». ¡Qué mezquinos y tiranos son a veces los padres, que, al buscar el bien para sus hijos, lo que logran es hacerlos unos desgraciados!
Unos días antes de su cumpleaños (vísperas de San Marcos), tuvo Luis una conversación con su padre y parece ser que se relajaron los ánimos. Esa noche estuvo con sus amigos convidándolos en el bar. A las 7 de la mañana acabó la juerga y a las 7 y media Luis se pegó un tiro en la sien, dejando una amarga nota a su padre: «¿Es esto lo que querías? ¡Pues ahí lo tienes!».

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