Freud y el alcalde

Manuel Bueno
Director de Colesterol Teatro
Miembro del Consejo Asesor del IMC de Torrevieja

(Pidiendo disculpas: es como no se debe comenzar un discurso de inauguración cuando se llega tarde)

Según Freud, sicólogo (aunque con «p» delante le de más autoridad a la palabra, vean: psicólogo, por esta vez lo dejaremos como está) y supuesto gran follador, que murió después de sufrir un cáncer de lengua (los más escrupulosos pensarán que los dioses le castigaron por practicar en aquellos tiempos ese famoso 69 que a todos nos gusta tanto: pero no, no fue por eso, lo siento), frunció teorías sobre los sueños, el olvido, la represión y la histeria en la mujer, entre otras cosas.
Que ¿por qué empiezo asínn?: porque me da la gana, como siempre. No, no es verdad que este comienzo sea producto de mi concupiscencia insaciable, no (aunque yo, como Freud: «sí al mambo», por supuesto). Es que este señor tan listo (Freud, no el alcalde, al que ya le adjetivaremos después) contaba cosas que voy a relacionar con el espeso e interminable (sobre todo nombrando autoridades) discurso del alcalde de Torrevieja, con motivo de la inauguración del Auditorio del Conservatorio Superior de Música.
Decía el maestro del diván (otra vez, Freud, que le gustaba acomodar en esa pieza tan onírica a sus pacientes, para después pasarles a una sala contigua, donde tratar con efectividad la histeria de ellas, según él) que el chiste y el olvido conllevan toda una tonelada de opiniones y deseos encubiertos, o sea, que no se dicen explícitamente. Dicho de otro modo, el chiste es una fórmula de argumentar algo, sin ofender lo suficiente como para que el ofendido te atice una bofetada (El «Sin ti no soy nada», de Rubalcaba al del escaño popular), incluso hasta puedes sacarle una sonrisa tensa al «contrincante», que no es más que otro símbolo encubierto de: «si pudiera te machacaría, cabrón».
El olvido es más chungo. «Es que se me olvidó llamarte» (mentira: no me llamaste porque no quisiste, no te atreviste o llamaste a otro, no te jode). El alcalde, en su discurso petardo (por lo explosivo, no me interpreten mal), tuvo algún olvido que otro y pocos chistes (la verdad, es bastante aburrido, el hombre). Por ejemplo, se le olvidó nombrar («sin querer», por supuesto), al comienzo de su letanía y dentro de todo el repertorio de seres humanos al que iban dirigidas sus palabras, al más importante, al que, se supone, por él y para él estaba destinada esa infraestructura (magnífica, por cierto): el pueblo, el pueblo de Torrevieja.
¡Manda güevos! (parafraseando a un hijo adoptivo de por aquí), Peter «El saliente» (que no el valiente) hablaba sólo para las autoridades (que no se olvidó ni una). Al pueblo, que le den. A mí se me removió el estómago y se me escapó un pedo en ese momento (no fue adrede, lo juro). Mi acompañante, entonces, se echó a reír. «¿Me habrá oído?». «¿Quién?», preguntó ella. «Pues el alcalde, la acústica es tan buena que se oye cualquier ruido desde cualquier parte», respondí yo. «Seguro que sí». «¿Qué hago ahora, entonces?» «No sé, escríbele una carta, disculpándote», me respondió finalmente ella, y permanecimos en silencio los dos, hasta el final del discurso (unas palabras hediondas, pedorreadas, por mí, sin voluntad alguna).
Todo había sido, como recordarán, por el impacto que había producido en mi interior que el edil me, nos ignorara a todos. Y a mí las ofensas me producen flatulencias, joder, ¿qué le voy a hacer? Y no voy a disculparme ni por un pedo, ni por no pensar como ellos (los políticos) ni por no hacer lo que ellos quieren que hagamos, ni por etc., etc., mientras ellos no se disculpen (que así es como tenía que haber empezado el discurso del alcalde por la casi media hora de espera que tuvimos) y nos devuelvan todo lo que por sus malas gestiones y sus errores nos han llevado a este caos económico que sepulta en la miseria a casi cinco millones de españoles.
Las inauguraciones están bien (por supuesto que están bien), si son para el disfrute de la mayoría; pero que Pedro no nos venda esto como una alucinación (dijo que él y un colega tuvieron el «sueño» del Conservatorio). Este edificio se ha hecho realidad gracias a los dineros de todos, el esfuerzo de otros tantos y la ilusión infinita de alguien que, por pudor, sobre el mutuo afecto que nos tenemos, me reservo nombrar. Los políticos son gestores de un dinero que no es suyo. Administrar lo mejor posible ese patrimonio de todos y no improvisar discursos vacíos, llenos de cifras y vertebraciones (palabra repetida por los dos políticos parlanchines) que no se sostienen sino con el esfuerzo de los ciudadanos, es uno de los deberes que algunos olvidan, ofreciendo «pan y circo» para el pueblo. Eso ya sucedió en Roma, y a sus Emperadores se los terminaron comiendo los leones.
Cuando uno no tiene nada y nada tiene que perder, se convierte en un peligro social. Casi cinco millones de parados es una gran provocación. Algunos de los responsables de esos agujeros negros siguen inaugurando aeropuertos, asfaltando calles y disfrazando sus «desaguisaos» con macroproyectos que al pueblo llano se la traen floja, aunque lo inauguren con la música rancia que siempre les hiciste escuchar.
Perdón, me centro en lo que estábamos, en el auditorio, que por cierto tiene aspecto (por fuera) de circo romano: pues eso, que el resto del «espectáculo» fue inenarrable. Música de siempre, orquestada y actuada por los de siempre, con los himnos de siempre, etc. ¿Por qué esto no cambia nunca?, me dije con esa voz interior que solo nos atrevemos a utilizar unos pocos. Hace no sé cuantos años, asistí mismamente a la inauguración del Teatro Municipal. Parecía como si nada hubiera cambiado. Miré a mi alrededor. Y sí, descubrí que algo había cambiado. Mi acompañante, que era más joven, risueña y soportaba mis pedos (involuntarios) con buen humor (yo los sufro siempre con terrible arrepentimiento).
Total, que me aburrí, que nos aburrimos mucho (ella y yo). Yo, cuando me aburro, o me entra hambre o ganas de follar, así que, como aquello no acababa nunca y antes de que los himnos nos terminaran de aniquilar la líbido, salimos echando leches en busca de un buen plato de comida y un buen polvo. Eso es, a mi acompañante la dejé en su casa y yo me fui a la mía, cada uno en busca de su pareja. Bueno, ahora yo vivo solo, pero es igual, la imaginación es una compañera insaciable, que nunca me abandona.

3 comentarios

  1. Solicito a Torreguía que en aras del decoro se sirva arreglar despropósitos como éste, porque creo que más de uno ha hecho lo que yo, leer hasta: «Que ¿por qué empiezo asínn?: porque me da la gana»
    Y yo, ¿por qué no leo más? Por eso mismo. ¿Se dice «zafio»?

  2. EN EL FONDO ESTOY DE ACUERDO EN TODO. MENOS FARISEOS Y MAS TRABAJO PARO LOS PARADOS. UN SALUDO POR TU VALENTIA MANOLO.

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