Psicología canina in praise of Zuri Ivan Patrovich Pavlov (premio Nobel 1904)

No es fácil determinar lo que marca el paso a paso de nuestras vidas, pero con frecuencia las historietas más anodinas van a ser las que permanecerán para siempre en la memoria.
Llevo pasando y repasando varios días los axiomas de las escuelas conductistas más recientes, analizando casi microscópicamente a los canes a través del examen de los estímulos físicos que condicionan sus reacciones. Fue Ivan Petrovich Pavlov quien lanzó primero la pelota, y le hicieron el rebote de juego J.B. Watson, B.F. Skinner y A. Bandura en el frontón del espectáculo de los experimentos sobre los procesos mentales. Ahora los hay que la aplican por Internet al control de los caninos, rellenando webs con docenas de «you-tubes» en la pequeña pantalla, que permiten imaginar el mundo mental de las mascotas reaccionando a los cambios de un mundo siempre en movimiento. Lo extraño es que me hacen revivir los innumerables años que he vivido bajo el influjo de las mascotas y que han marcado mi vida.
Ya de pequeño, mi padre, Don Eduardo, insistía en que la conducta de los seis hermanos en grupo la debía controlar un perro ratero, de nombre Perico, que nos enseñaba a jugar tumbados en el suelo para evitar las contiendas. Konrado Lorenz mantendría que si los pequeños quieren vivir con una mascota es porque se trata «tout simplement» de recobrar nuestros paraísos perdidos, mientras que el voluntarista Arthur Schopenhauer lo aplicaba al mundo de los sentimientos más íntimos: «El que no ha tenido un perro», mantenía, «no sabe lo que es querer y ser querido», con todas sus consecuencias.
A mi última mascota -he tenido muchas hasta en colegios privados ingleses- la llamé Zuri, que para otros es Blanca, o White, pues es lo mismo. Es linda sin pretensiones, fuerte sin insolencias y valerosa sin ferocidad. Enseña a los peques de nuestro barrio a aprender el «fair play» o juego limpio, que es la base para comportarse sin violencia, y tiene el sentido del humor, por lo que no me extraña si es verdad lo que me repetía mi radioterapeuta al examinar mis placas radiográficas en el Hospital de San Jaime en Torrevieja: «compartimos con el «cannis communis» más del 60 por ciento de los genes». Si los canes se entienden mejor con los pequeños que con los adultos será porque sus IQs o análisis de comportamiento no superan nuestros cinco primeros años de felicidad. Decía el poeta: «Nuestra infancia termina irremediblemente cuando caemos en la cuenta de que somos libres». Terrible cosa es ser libre, según Lutero, sobre todo para decidirse a abandonar a un perrito en la calle.

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