Ley y libertad en perfecta armonía Erasmus Rotterdamus

Hay temas que afloran siempre, generación tras generación, sin que puedan resolverse completamente: por eso vuelven a aparecer, aunque con piel de oveja buena o de carnero rebelde.
Y es que debajo de la gamuza de charol, con gritos de «Vive la Liberté», se presiente la dificultad de definir en términos exactos en qué consisten la ley y la libertad sin caer en el desenfreno, ya que resulta difícil definir la una sin la otra, pues han de mantenerse en perfecto equilibrio para que puedan funcionar independientemente. «Sus variantes se pueden incluso aplicar al arte, a la filosofía o a la vida política, según estemos motivados por los sentimientos, por el pensar libre o por el derecho a pensar de otra manera», matizaba Victor Hugo en unos tiempos en que las revoluciones hacían zozobrar las vidas de los ciudadanos, y G.W.F. Hegel insistiría en que la Historia no era más que la conciencia de haber logrado solucionar este entuerto entre generaciones.
Si es famoso Erasmo por alguna cosa es porque enseñaba que sólo se resuelve el respeto a las opiniones de otros al reconocer que todos somos diferentes. Había nacido en el Rotterdam de los Países Bajos, ahora Holanda, en 1466, en plena campaña de Reforma-Contrarreforma que bifurcó a la Europa naciente en dos direcciones. Fue un periodo marcado por la cumbre del Renacimiento Humanístico, dentro del cual el pensador de Rotterdam brilló como una de sus cumbres majestuosas. Los lugareños le conocían como Geert Geertsen, el hijo de Gerardo, pero su nombre será para siempre Erasmus Rotterdamus, en latín, con que solía firmar sus obras por respeto a los clásicos de la cultura occidental. Es conocido como maestro de los maestros por sus célebres «Adagia» o refranes que escribía como comentarios a escritores latinos antiguos o a sus experiencias cotidianas, y se conservan más de 4.500.
Le tocó diferir de las opiniones de sus contemporáneos sobre la libertad de opinión y de los sistemas educativos, rechazando el concepto luterano de que sentirse libre implica ser esclavos de la ley («de Servo Arbitrio», escribió Lutero) y tampoco aceptaba la educación tradicional de su tiempo, que definió como «el quebranto de la voluntad», describiendo sus sistemas como «cárceles de la libertad». Resolvió el cotarro de que es imposible solucionar la «oppositio in terminis» que otros verían entre la ley y la libertad» con su adagio «La felicidad es el resultado de ser lo que uno es». Muchos aforismos latinos vienen aquí al caso: el «nequid nimis» (no te pases) o «virtus in medio consistit» (la virtud está en el término medio); por eso me encanta leer a Erasmus, ya que rechaza el trabajo que implique rutina, pues no sirve para el aprendizaje.

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