Cuando al anochecer pretendo sumergirme en una imagen sin palabras esperando que aflore como expresión vívida, la he de imaginar de soslayo en los espejos del hall que enmarcan la entrada al «living room», pues sólo entonces nadie robará el tiempo dedicado a recrear los eventos del día.
Para ello, me he sumergido hoy en el pensamiento del oriente a fin de interpretar sus ecos en el oeste, que ha sido mi lema desde que me topé con los paradigmas de los orientales a través de una colección de textos del Tao que bajé hace tiempo por la red y que forman parte de mis lecturas ocasionales. Supongo que lo que caracterizará mejor al silencio interno taoísta, comparándolo con el valor que damos al «verbum» o palabra en el occidente, es que aquí lo convertimos en una expresión factual de imágenes o sonidos, según aquel texto célebre neoplatónico de comienzos de nuestra era: «In principio erat verbum» (al comienzo fue la palabra), que la tradición oriental cambiaría en «es imposible que haya logos si no precede el silencio». Y basten dos pequeñas citas del Tao: «Quien sabe no habla», de Tao Té King, y «La mente del sabio fondea en la quietud» de Zhuang Zi.
Pero hay hornacinas preciosas también en la cultura del occidente sobre el mutismo antes de expresar algo, o sobre el silencio en sí mismo, como el refrán árabe «callar es el muro que protege a la sabiduría», aunque el consejo de Lucio Anneo Séneca, «si pretendes que otro guarde silencio, comienza por callarte tú primero», no pasará de un consejo hábil como base del ámbito de la comedia humana que «se convertirá en el camino que nunca nos traicionará en la vida», pensaba Friedrich Wilhelm Nietzsche. Y he aquí otro para ilustrar el rol de la quietud entre nosotros: «El silencio es una felicidad a la que sucumbo siempre», de François Mauriac.
Y cómo terminar mejor la tarea vespertina, antes de arroparme en el misterio de lo que pasó durante la jornada, que tratar de conservarlo todo como testimonio de que aún vivimos. Yo suelo agarrarme a algún dicho que recuerdo de memoria, y este atardecer, antes de cerrar este párrafo final, me ha venido al recuerdo uno del «Lao Te Ching» de Lao Tse que nunca he tratado de cotejar porque ha sido mi compañero: «Aprende por fin a ser silencioso como el espejo. Simplemente escucha para que no se desvanezca tu energía vital», y pronto me derrumbaré entre las sábanas, pero antes de entregarme al silencio nocturno voy a cuestionar mi propia memoria: ¿Es verdad que los bazares chinos son menos bulliciosos que nuestros mercadillos callejeros?
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