En los últimos días de diciembre y primeros de enero, se «celebraba» la matanza; eran sacrificados, cada año, alrededor de 30 cerdos. Durante 4 días se trabajaban los productos porcinos. El peor rato consistía en matarlos (pobrecitos) de la forma salvaje que era habitual en aquellos tiempos -no como ahora-, sujetando al gorrino entre 8 y 10 hombres, tumbándolo en la plancha de madera o metal e introduciendo 1 largo y afilado cuchillo en la garganta, de la que empezaba a manar sangre, con tal profusión que a cada estertor del animal salían chorros que manchaban a la señora que movía el rojo líquido, que caía en la artesa, con el fin de que no se cuajara. Esa sangre, junto con las cebollas cocidas el día anterior y puestas a escurrir en gasas, era el principal producto para las morcillas de cebolla. Una vez muerto el cerdo, se le echaba agua hirviendo por encima y, con una teja, rascando enérgicamente, se le quitaba el pelo; se colgaba de los talones de Aquiles, pasando un palo entre las 2 patas, colgando el palo en un gancho: destripaban al bicho, sacando el mondongo, corazón, higado, etc. Se cortaba un trocito enumerando eso y al cadáver, para que el veterinario diera su visto bueno. Hasta ese momento, no se hacía nada, sólo tomar los hombres copitas de aguardiente y las mujeres poner enormes pucheros con agua a hervir. Cuando se verificaba que no habia ningun animal en malas condiciones, se procedía a hacer la matanza. Los niños éramos los encargados de lavar las tripas echando agua hirviendo en ellas con una vieja cafetera de largo pijorro, hasta que se quedaban limpias y se les daba la vuelta. Las mujeres las ponían en lebrillos de barro con agua fría, harina y trozos de limón; eso se hacía varias veces y luego se colgaban en una caña para que escurrieran bien el agua, así estaban listas para embutir. La masa para el chorizo se preparaba y a los 3 días se podía embutir, bien prieto y que no quedaran pompas de aire, pinchando con un alfiler y colgando las ristras…
Continuará
Dejar una contestacion