¡¡¡Calla, corazón!!! (1)

Lo peor que le podía haber pasado a Enriqueta era quedarse en estado, más en sus cicunstancias. Desde que nació había vivido en la casa materna; ella y su hermana gemela, Eulalia, cursaron juntas la carrera de Arquitectura. Mientras Enriqueta (la mayor), siguió estudiando, haciendo masters y viajando por el mundo, Eulalia se enamoró de Evaristo Acevedo y, al año siguiente, se casaron. Desde el primer día, Evaristo puso de manifiesto su carácter de mujeriego, pasando la joven esposa de ser una mujer feliz a mártir. El matrimonio acudía todos los domingos a la casa materna a comer la familia juntos. Con una punzada de dolor, Enriqueta reconoció que estaba enamorada de su cuñado. Por nada del mundo podía dar a entender sus sentimientos. «¡Calla, corazón!», le dijo a ese músculo que nos mantiene vivos, tratando de alejar esos sentimientos de su mente. Algunas veces, para evitar estar en contactos con ellos, los domingos, se iba a casa de alguna amiga a pasa el día; si no era así, permanecía callada y con los ojos bajos delante de él. Pasaron 5 años sin que Eulalia concibiera. Aquel amor por su cuñado se tornó enfermizo y obsesivo. Puso «tierra de por medio» yéndose a vivir a París, donde trató de olvidarlo. ¡No fue posible! Entonces, se encerró en sí misma con un ataque de misantropía que la tenía recluida en su vivienda o en la Universidad. Por un azar del destino, en el barrio de los estudiantes, cerca de Notre Dame, tuvo la mayor sorpresa de su vida… Se dio de manos a boca con su cuñado, que asisitía, en su condición de banquero, a un simposium de banca internacional.

Continuará…

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