¡¡¡Calla, corazón!!! (2)

Se abrazaron y besaron en las mejillas y durante un rato charlaron de la familia y la vida que llevaba ella en la capital francesa. Evaristo la invitó a cenar y esa noche fueron a Maxim’s. Entre la suculenta comida y los caldos exquisitos del Valle del Loira, sin saber cómo, la jornada terminó con los dos cuñados compartiendo lecho. Ella, beoda y todo, tocó el cielo con las manos, pues su sueño se había cumplido y no necesitaba más para el sumum de la felicidad. Él, por su parte, pareció estar con su esposa en vez de con la cuñada, ya que eran tan semejantes que solo él y su suegra sabían distinguirlas. Enriqueta se pellizcaba para saber si aquello había sido una realidad o un sueño. Su organismo le dijo la verdad, revelando su estado de buena esperanza. Al principio se desesperó, avergonzada, pero tras recapacitar varios días, encontró esa luz de la que habla la gente, al final del túnel; esa luz le indicaba que tenía que volver a España y sincerarse con su hermana. Llevaba 15 días en la casa de su madre y una tarde invitó a Eulalia a dar un paseo por el cercano bosque, acompañadas de Canela, su perrita. Allí, en plena naturaleza, le confesó a su hermana todo, eso sí, echándose ella la culpa de lo ocurrido. La esposa burlada intentó reñir con la adultera hermana, amenazando con separarse del marido. «No vas a hacer nada de lo que has dicho», dijo Enriqueta. «Dentro de unos meses te vienes a París a pasar conmigo una temporada, no sin antes dejar de manifiesto que estás embarazada y un cambio de aires te vendrá bien. Una vez que nazca el niño, vuelves con él a España y tu marido te adorará como siempre. Él sólo vio en mí tu reflejo al concebir el hijo. Sólo tú, Evaristo y yo lo sabremos, así que te aconsejo, hermana, que le digas a tus sentimientos y al corazón: «¡Callaaaaaaaaaaaaa!»».

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