Recuerdo perfectamente esta frase, esta aseveración, como si hubiera sido pronunciada ayer. Y sí, fue divulgada a los cuatro vientos, un ayer de 1980 aproximadamente, con micrófono batiente en el tradicional -y a partir de ahí «marco incomparable»- recinto de las Eras de la Sal. Fue en una fiesta para gente joven, en general; y desde allí sonó la tímida voz de la primera alcaldesa democrática de Torrevieja: Rosa Mazón. Pequeña gran mujer que se atrevió, entre muchos otros atrevimientos, con esa frase histórica, a insuflar libertad a todos los maricones y mariconas, y a que dejaran volar su plumas sin ningún tipo de ataduras. Y encima, bailando, que era lo más cojonudo. Estoy convencido de que, a partir de ese momento, de aquellas fechas tan lejanas ya, todos comenzamos a bailar, por si acaso; aunque algunos ya bailaban antes que otros, con plumas y «tó». Aquella sugerente y sugestiva frase fue como un suave pistoletazo de salida, un susurro fortalecido de libertad sexual, libertad que se quería conquistar desde las lecturas de From, y todo aquello. Y, mira por dónde, doña Rosa vino a dar en el clavo, en un breve instante nocturno. Ya digo, todos nos pusimos a bailar, aunque fuese cojeando. Tampoco los palomos cojos tenían caravanas para hacer del movimiento gay una fiesta. Hubo que estar a la altura, y estuvimos: defendiendo la libertad, la democracia, los sindicatos de clase, los otros sindicatos, los partidos políticos, los bailes y el jolgorio, que todo no tenía por qué ser rigor y seriedad.
En aquellas calendas,. el entonces alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván, metido de coz y hoz en la movida madrileña, vino a decir en un acto muy parecido: «madrileños y madrileñas, quien no se haya colocado, que se coloque». Aquella fiesta también estaba petada de gentío joven, y la basca terminó flipada por el cuelgue. De esta forma tan singular, Madrid y Torrevieja se fusionaron en un verdadero abrazo fraternal de libertad. Pero eran otros tiempos, ay.
Nos ha dejado una buena lideresa, una buena profesional de la Matronía, que tuvo, como todos, sus defectos y virtudes, sus vaivenes políticos, sus aciertos y errores, sus luces y sombras. Pero, claro, es que era humana.
Nosotros, los de entonces, ahora seguimos bailando en otras fiestas, enfermas y decadentes. Sobre todo, una que acaba de comenzar y que es poco edificante para la imagen de la ciudad. Pero ésa es otra historia que tendremos que contar.
Rosa, haznos el favor: sigue bailando sin parar, contra viento y marea, allá donde estés, por si acaso.
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