Igual que todo se acaba, el verano va tocando a su fin. Tal y como en la misma vida van sucediéndose las etapas, así pasan las estaciones. Poco a poco, sin prisas, pero también sin pausa, van pasando los días, meses… un año y otro, que así van conformando nuestras vidas. De pronto un día te das cuenta de cómo ha pasado el tiempo, sin apenas percibirlo, pero ya nada es como antes. Las ilusiones, los amigos, la familia, todo ha cambiado sensiblemente y ya no están ni aquellas personas, ni las situaciones de antes. Todo ha variado tanto, tanto que no se parece en nada a lo que fue un día el motor de nuestra existencia. Es cierto que a unos les cambia más radicalmente que a otros. Y no se trata ya de que sea mejor, ni peor, sólo que es muy diferente. Donde antes estaban los padres, hermanos, tíos y abuelos, ahora están los hijos, sobrinos, incluso los nietos, que van abriéndose camino en su propia vida. Y asumes todas las desapariciones que se han ido produciendo. Tantas personas queridas que faltan ya en el álbum familiar, dejando su particular huella imborrable. Sin embargo, hay que seguir adelante con nuestro camino, repleto de nuevas experiencias, cargado de nuevos retos. Las circunstancias nos van llevando, sin descanso, por la ruta imprevisible de nuestras vidas. Los pequeños y grandes triunfos o fracasos de cada día conforman nuestro bagaje existencial, pero tampoco importan demasiado a la hora de hacer recuento general. Lo más importante, quizá, el sentirse a gusto con uno mismo y el entorno personal y familiar, para tener esa paz que nos proporciona los pequeños momentos de felicidad, esenciales para hacer frente a todo lo que se nos viene encima. Que el verano se acaba, pero nos auguran un otoño más que calentito, parece que bien «requemado» con toda clase de subidas e impuestos muy por encima de nuestras posibilidades.
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