Luis, zapatero remendón

Luis, zapatero remendón, vivía en el hueco de la escalera, que formaba parte del edificio; allí comía, bebía, trabajaba y dormía. Para hacer sus necesidades y asearse, había frente a su casa un matrimonio jubilado, al que Luis le daba 10 duros todos los meses, y asi cubría las comodidades de las que carecía en el chiscón. Luis era un excelente profesional del calzado, y, con la lezna, el cerote, la precisa y la guita hacía maravillas de encargo: ponía medías suelas, tacones, pequeñas herraduritas en la puntera del zapato para que no resbalara con la lluvia… Alguna que otra vez yo me escapaba, mientras estaba en el recreo, por la puerta falsa del convento, y le ayudaba a dar cera a las guitas y ovillarlas, por eso, cuando necesitaba reparar mi calzado, nunca me cobraba. Todo el mundo pensaba que Luis era soltero, «mosito vieo», como dicen en Andalucía, pero, ¡ah!, qué equivocados estaban. A mí me confesó su secreto, con la condición de que jamás lo revelase, cosa que juré, y si hoy falto a esa promesa, es porque ese buen amigo no vive y creo justo rehabilitar su nombre, que estaba en entredicho entre la vecindad. Él siempre fue respetuoso conmigo.
(Transcripción): Yo vivía en un pueblo lejano, y me fui a enamorar de la única p— que allí habitaba. Dolores era guapa, cariñosa y elegante. Cuando mi familia se enteró de lo nuestro, puso el grito en el cielo. «¿Dónde se ha visto», dijo mi madre, «que un hijo de familia católica, apostólica y romana se liara con la pelandrusca, sobada y manoseada por todos?». ¡Qué ignorantes!, yo me había casado en secreto con ella, y cada mes le pasaba una pensión, máxime cuando se quedó en estado y tuvo a mi hijo, que le fue arrebatado por «piadosas» personas, alegando que la madre era una indeseable. Ella murió de melancolía y añoranza por nuestro hijo. A su entierro sólo asistí yo; después quemé la casa y desaparecí del pueblo, viniendo a enterrarme en vida en este obscuro y triste lugar. Dios me ha recompensado… ¡He conocido a mi hijo; es Alfredo y trabaja con tu padre en el cortijo!». Luis, Dios te bendiga por ser un caballero, un buen padre y esposo.

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