Lola, la Taramera

Fue en una de esas tormentas de verano con viento, fuerte aparato eléctrico y ruido de truenos, con la consiguiente lluvia torrencial, hasta formarse la riada, llegando a alcanzar 1,5 m. en algunas zonas. De pronto, vimos todos los niños, apiñados en la cámara alta, que un ganso quedó prendido en el entramado de la parra, que caía justo debajo de nosotros. El animal quedó allí varado, sin posibilidad de escapar. Ésa fue una suerte para él, ya que nos permitió que mi hermano, Ramón, atándose una cuerda en la cintura, bajara a rescatarlo. Ni que decir tiene la alegría y el júbilo que todos expresamos, porque era mansa y se dejaba acariciar. Vimos que era una hembra y la bautizamos con el nombre de «Lola la Parrala» (Lola era más breve). Pasaron unos días en los que fue alimentada igual que a los otros animales. La puso mi madre en el corral con los pavos, patos y gansos, que tenían al extremo del patio una especie de charca y allí se refocilaban en el lodo. Todas las mañanas se abría la puerta alambrada del corral y las aves salían al campo de los alrededores, a triscar yerba, buscar lombrices, orugas, grillos y cuanto insecto se pusiera al alcance de sus picos. Un día observamos que faltaba Lola, y pensamos que la habrían robado las troupes de indigentes que desfilaban, rebuscando por los campos. Nos pusimos tristes. Al cabo de un mes, la perrita Capricho apareció con un gansito pequeño en la boca, depositándolo con sumo cuidado en el suelo. Ella había sido madre y le quitaron sus cachorros: pienso que creería que era su bebé, pero nos extrañó e indagamos de dónde lo había sacado.

Continuará…

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