Hemos sido, somos y me temo que seguiremos siendo ciegos ante los problemas humanos.
Cuando leo que cada vez hay más ricos, digamos multimillonarios porque al hablar sólo de ricos podíamos confundirles con aquellos que tienen otra riqueza, incompatible con la de los adinerados cuyo bien lo cifran en el bienestar, y que un día leí lo que ocurre cuando pierden ese “logro”. La mayor desgracia.
La fastuosidad es algo ofensivo en esta época de desigualdades, y más aún el afán por poseer en mayor cantidad. Cómo si de coleccionistas de millones se tratara.
Cuando hablamos de crisis, ¿alguien ha pensado en la distribución de las riquezas, en la mala distribución de las mismas? ¿Se tiene en cuenta la dignidad de la persona? No me tranquiliza la fotografía de ONG y de sus patrocinadores. A veces me intranquiliza tanto como el ver echar monedas de cobre en una colecta y, cada cual haga lo que quiera, ver tomarse los aperitivos después.
Hacen falta inteligencias comprometidas que no piensen en el aplauso de la gente y sí que hagan lo que hay que hacer por el bien de la persona, extensible a la mayor gente posible. Su recompensa del bien hacer será el buen aroma de la felicidad compartida. ¿Doy? ¿Aceptas? Hemos conseguido no un bienestar vociferante, exigente, intransigente y siempre insatisfecho por insaciable. Podemos llegar a ser, practicar el bien el bien con la satisfacción del compartir.
Mucho hacer o mucho tener, el final será idéntico. Sin nada nacemos y nada nos llevamos. Somos un punto irrepetible en la historia del tiempo, pero un encuentro con quien se hizo hombre por nosotros. Por unos y por otros. Está en cada cual valorar la importancia de ese encuentro con la eternidad que se hizo historia.
Alfredo Hernández Sacristán
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