De pronto creyó oír un relincho y el piafar de un caballo; no esperó más y saltó de la cama, asomándose al balcón. ¡Efectivamente, era Frixia, la yegua de su hija! Su alma se encogió, llamó al esposo y puso toda la casa en conmoción. Salieron a buscar a Magdalena toda la gente, llevando con ellos a los perros para seguir el rastro. A 3 leguas fue hallada la joven desnuda, atada a un árbol. Había sido violada por los dos hombres, apaleada y dejada de esa guisa para que muriera de frío, desangrada o devorada por los lobos que pululaban por aquellos bosques. Los hombres prepararon unas parihuelas y la llevaron a su casa, donde, con los cuidados de su amorosa madre, logró recuperarse, pero el padre fue más allá y se dirigió a la Corte, pidió entrevista con el Rey, al que expuso los hechos. Su majestad dictó sentencia: ¡¡Nos, el Rey, dictamino que los infames sean colgados del cuello hasta morir, que sus cadáveres se arrojen a un barranco y sean festín de buitres; todas las posesiones del esposo ingrato pasarán a doña Magdalena, como viuda, y a vos os expreso mi malestar por la desgracia acontecida en vuestra casa!! Magdalena, a solas, pensaba, dirigiendo sus ideas al marido: ¿Quién eres? ¡No te conozco!